(Foto: Difusión)
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Editorial El Comercio

El fin de semana pasado, cinco organizaciones de izquierda celebraron en Huancayo un encuentro denominado Voces del Cambio. El anfitrión fue el colectivo Perú Libre, que lidera el gobernador regional de Junín, , y asistieron el Movimiento Nuevo Perú, MAS Democracia, FIRME y el Partido Comunista Peruano, que estuvieron representados por líderes tan visibles como y , entre otros.

En un manifiesto divulgado el sábado 26, los concurrentes dieron a conocer a la opinión pública el propósito de la cita, así como la naturaleza del plan de acción que tienen en mente. En síntesis, el documento afirma que la reunión tenía por objeto empezar a “sentar las bases de un proyecto democrático, popular y ciudadano que le ofrezca al país una alternativa política y una salida democrática y constituyente a la crisis actual”. Y las metas a alcanzar parecen ser esencialmente dos: la derrota del ‘neoliberalismo’ y “la refundación de la nación” a través del alumbramiento de una nueva Constitución.

Se trata , por cierto, de aspiraciones de envergadura, pero las dimensiones del reto no deberían ser una razón de desaliento para quien tiene, como ellos mismos declaran, una ilusión. El problema, más bien, se encuentra en la inmaterialidad del enemigo que han imaginado para la ocasión y la imprecisión de los elementos que ofrecen para el proceso de reconstitución del país en el que se hallan empeñados.

El ‘neoliberalismo’, para empezar, es una etiqueta ideológica a la que no se le conoce dueño en el espectro político peruano. Existen, desde luego, algunos liberales clásicos (aquellos que se sienten herederos de la tradición de pensamiento iniciada por Adam Smith y David Hume), pero están y han estado siempre bastante lejos de las tareas de gobierno y su batalla es esencialmente intelectual.

Al parecer, el término en cuestión –de uso común en la izquierda– busca aludir a la discreta prudencia fiscal y el moderado repliegue de la intromisión estatal en la actividad económica que, más por necesidad que por prurito doctrinario, se ha impuesto en las gestiones de gobierno de las últimas décadas. Un sentido común, en buena cuenta, que ha permeado espontáneamente a distintos sectores políticos y que está en permanente amenaza por la cultura populista que simultáneamente cultivan.

No hay, pues, un auténtico villano al que los congregados en Huancayo puedan enfrentarse y ‘derrotar’, pero para ellos eso no parece ser óbice para hablar de ‘los lobbies mafiosos reunidos en la Confiep’; o –ya en franco delirio racista– de los “poderes judío peruanos” con los que presuntamente deberán medirse en las próximas elecciones, como sostuvo hace poco Vladimir Cerrón en su cuenta de Twitter.

En lo que concierne a gestar una nueva Constitución, por otro lado, estamos frente a una idea con la que varias de las organizaciones presentes en la cita ya postularon a las elecciones pasadas y perdieron. Eso, por supuesto, no quiere decir que no puedan seguir propugnándola, pero sí tendría que moverlos a ser cuidadosos cuando pretenden expresar con esa inquietud a “las grandes mayorías”.

La supuesta nueva Constitución, además, solo sería un medio para alcanzar un fin más elevado: refundar el país o la nación. Un cometido loable, sin duda; pero para el que solo parecen contar con la ya mencionada ilusión.

Proponen, en efecto, “lograr una vida digna, recuperar la soberanía sobre nuestros recursos, desarrollar el agro, la economía campesina, la seguridad alimentaria, la defensa de los derechos humanos, la libertad de expresión, la igualdad de género” y otros objetivos con los que mucha gente podría estar de acuerdo… pero no sin conocer de antemano los instrumentos con los que se habrá de procurar tanta bienaventuranza para los peruanos. Sobre tales instrumentos, no obstante, el manifiesto no dice nada.

No hay que perder de vista, por supuesto, que se trata solo de un pronunciamiento inicial de quienes encarnan el proyecto político que comentamos. Pero no por eso debemos dejar de anotar que sería deseable que el próximo incluya algunas precisiones operativas. Y también, cómo no, una condena a la pesadilla que viven actualmente nuestros hermanos venezolanos.