Municipalidad de Lima
Municipalidad de Lima
Editorial El Comercio

Si alguna vez fue conocida como Ciudad de los Reyes, ahora bien podría adoptar el nombre de Ciudad de los Candidatos: esta semana, se cerraron las inscripciones para las próximas y el número de aspirantes a su alcaldía ha llegado a 21.

Para hacernos una idea de lo descabellada que esa cifra luce, basta compararla con la cantidad de postulantes que hubo en los últimos procesos de esa misma naturaleza en otras capitales latinoamericanas. En Buenos Aires, por ejemplo, solo 5 candidatos se disputaron el sillón municipal en el 2015, mientras que en Santiago, en el 2016, los competidores fueron 7; y también Bogotá tuvo que elegir a su alcalde entre 7 aspirantes (los inscritos fueron originalmente 9, pero en el curso de la campaña 2 se retiraron) hace casi tres años.

Aun para los estándares limeños, en realidad, el actual batallón de postulantes resulta inédito, pues en el 2014 ‘solo’ tuvimos 13 y en el 2010, 9.

¿Qué quiere decir eso? ¿Cómo debemos interpretar esta proliferación de personas y organizaciones políticas que quieren asumir el gobierno de la ciudad? ¿Se trata acaso de una igual multiplicación de visiones de lo que tendría que hacerse con Lima a partir del 1 de enero del año entrante?

Difícilmente. Si se revisan los pocos anuncios que hasta antes de ayer habían hecho sobre sus proyectos quienes buscan heredar el puesto de , lo que se encuentra son sobre todo ideas sueltas sobre la provisión de seguridad, la protección de las mujeres contra la violencia y el transporte –iniciativas todas tan encomiables como necesarias, pero insuficientes para constituir un plan de gobierno municipal– que tienden a repetirse. Colaboración ‘más estrecha’ con la policía, la fiscalía y las alcaldías distritales, integración de los comités de seguridad vecinal y unificación de lo que registren las cámaras destinadas a ese fin a través de un software, establecimiento de centros de ‘justicia rápida y efectiva’, adquisición de más patrulleros y más motos…

En fin, se trataba de promesas de mejoramiento de lo que ya existe, sin una explicación de por qué esta vez la fórmula tendría que funcionar. Y ahora que los planes de gobierno oficiales finalmente han sido presentados, el panorama no parece haber variado de manera dramática.

Al no encontrarnos, entonces, frente a 21 visiones esencialmente distintas de lo que puede y debe hacerse con la capital, cabe suponer que simplemente enfrentamos 21 aspiraciones de poder. Una hipótesis que daría la impresión de verse confirmada por la tipología de los postulantes que podría hacerse a partir de sus perfiles.

¿Cuántos de ellos, en efecto, están ahí solo para que la organización a la que representan no esté ausente de una contienda política tan relevante como la que en octubre habrá de librarse en Lima? ¿Cuántos de ellos han sido antes candidatos o precandidatos a la presidencia o a una curul congresal (tareas para las que se requieren vocaciones un tanto distintas a las que ahora declaran)? ¿Cuántos se han colocado en el partidor confiados en la fuerza de algún medio de comunicación de su propiedad antes que en un proyecto compartido con una cantidad importante de vecinos de Lima?

El problema con aspirantes como ellos es que la historia demuestra que, en la medida en que su objetivo principal suele ser la capitalización política de la campaña en tanto antesala de otras batallas electorales de mayor envergadura, una vez conseguida la victoria en las urnas, lo que viene después –esto es, la responsabilidad de ejercer el gobierno municipal propiamente dicho– resulta para ellos menos importante, con la consiguiente defraudación de las expectativas ciudadanas.

Nada de esto, por supuesto, quiere decir que entre las candidaturas inscritas hace dos días en el Jurado Electoral Especial no existan algunas que expresen una voluntad seria, coherente y específica de asumir las riendas de la comuna provincial. Pero los votantes tendrán que irse con cuidado para no extraviarse en medio de la inverosímil profusión de opciones que persiguen otros fines.