
El expresidente Martín Vizcarra está empeñado en una campaña mentirosa. De un tiempo a esta parte viene visitando distintas localidades del país y esparciendo un discurso engañoso. “Vamos a ser candidatos en el 2026″, “vamos a postular”, repite ante quien quiera prestarle oídos, pero la verdad es que está impedido constitucionalmente de hacerlo: sobre él pesan dos inhabilitaciones políticas aprobadas por este y el anterior Congreso que estarán vigentes cuando los próximos comicios se celebren.
La primera, aprobada en el 2021 y relacionada con el llamado ‘Vacunagate’, es por diez años. Y la segunda, aprobada en el 2022 y vinculada al Caso Obrainsa, por cinco. Por si eso fuera poco, recientemente la Subcomisión de Acusaciones Constitucionales ha aprobado también el informe que recomienda inhabilitarlo por diez años a causa del cierre del Parlamento que ordenó en el 2019, y la Comisión Permanente y posteriormente el pleno deberán pronunciarse al respecto en la siguiente legislatura.
El exgobernante sabe desde luego de las referidas sanciones y sus alcances, pero actúa como si no existieran. ¿Por qué? No es fácil adivinarlo. Quizás para distraer a la población de las acusaciones por corrupción que lo tienen cercado –a eso apuntan también esas imágenes que cuelga en sus redes en las que aparece entregado a actividades frívolas o cotidianas–, quizás para poder jugar la consabida carta de la persecución política cuando su intento de inscribirse como candidato sea rechazado por las autoridades electorales. Lo cierto es que no tiene reparos en timar a sus eventuales simpatizantes haciéndoles creer que su nombre figurará en la boleta de sufragio que recibirán el año entrante al ingresar a la cámara secreta.
Su vocación mendaz, por lo demás, no es nueva. Hizo gala de ella mientras ocupaba la presidencia a propósito de sus reuniones con Keiko Fujimori o de las visitas de Richard Swing a Palacio de Gobierno, por mencionar solo dos ejemplos. Y poco más tarde mintió también con relación al modo en el que había conseguido inmunizarse contra el COVID-19 con las dosis adicionales de las vacunas de Sinopharm en nuestro país. Una granjería que hizo extensiva a su esposa y a su hermano César, mientras cientos de miles de peruanos de a pie morían por la incuria de su administración.
Su cháchara fraudulenta, como se sabe, ha sido puesta en evidencia en innumerables ocasiones. Pero a él no le entran balas. Es como si tuviera una coraza que lo impide. La realidad, sin embargo, acabará desenmascarándolo una vez más.