(Foto: Presidencia/Congreso).
(Foto: Presidencia/Congreso).
Editorial El Comercio

El domingo por la noche, tras el anuncio del presidente sobre la que el gobierno piensa plantearle al a propósito de sus iniciativas de reforma, menudearon los presagios apocalípticos sobre el futuro inmediato de nuestro sistema político. El choque entre el Ejecutivo y la mayoría parlamentaria parecía inevitable y, al entender de muchos, la disolución de la actual conformación del Legislativo o la neutralización del jefe del Estado eran los dos únicos desenlaces posibles.

El pulseo por asumir el liderazgo frente a la ciudadanía que las dos posiciones en torno a las fechas y materias del proyectado referéndum tenían como telón de fondo daba la impresión de ser lo más importante para las dos partes en conflicto y, en esa medida, la concesiones resultaban inverosímiles porque equivaldrían a una derrota.

De hecho, las reacciones iniciales de parlamentarios de diversos sectores tendieron a confirmar ese temor. La presidenta de la Comisión de Constitución, Rosa Bartra, que pertenece a las filas de Fuerza Popular (FP), habló en una entrevista matutina, por ejemplo, sobre los “proyectos mamarrachentos” con los que supuestamente se pretendía ensuciar la Constitución y sobre la posibilidad de que esta fuese tratada “como papel higiénico”. Su compañera de bancada, Úrsula Letona, por otra parte, aunque admitió que el mandatario estaba en su derecho al evaluar la cuestión de confianza, dijo que también que podía ser “un pésimo mensaje”. “No quiero que me investiguen, este Congreso molesta, lo cierro”, sería según ella lo que el presidente podría estar dándole a entender al país al no haber tenido previamente un “deslinde con todas las denuncias que se vienen realizando”.

Apenas más cuidadoso, el legislador de Acción Popular Víctor Andrés García Belaunde apuntó que estaba “utilizando una fórmula exagerada para seguir levantando popularidad” y de un mensaje “con dosis de demagogia pura”.

Desde la trinchera contraria, los comentarios tampoco fueron una invitación a la mesura. “Hay una miopía gigantesca: quien ya quitó la confianza al Congreso es la población”, aseveró el presidente del Consejo de Ministros, César Villanueva. Y el líder del Frente Amplio, Marco Arana, se refirió a la postura expresada por el mandatario como un “llamado de atención al fujimorismo” para que dejase “de expropiar y sabotear” las reformas pendientes.

Felizmente, sin embargo, con el transcurso de las horas, la racionalidad pareció comenzar a abrirse paso y la comprensión de que, como decíamos ayer en este mismo espacio, la pérdida de uno de los sectores en pugna significaría a la larga la derrota de los dos, suscitó reacciones más serenas y matizadas desde todos los lados. Ahí están, por ejemplo, las declaraciones del oficialista Gilbert Violeta (“se ha dado una muy buena oportunidad para dialogar y para construir consensos”), o las del presidente del Parlamento, Daniel Salaverry, que se comprometió a “entregar al país una reforma constitucional que no solamente perdure, sino que esté bien hecha”.

Y si las palabras de este último expresan en alguna medida el temperamento que se está imponiendo en la bancada fujimorista, cabe albergar algún optimismo acerca de lo que deberá ocurrir mañana en el hemiciclo.

No es imposible, en efecto, que los proyectos de reforma se destraben sin tener que llegar al extremo de la cuestión de confianza; y aun si esta llegase a ser votada, que la mayoría se incline por su aprobación.

Como decíamos ayer también, mejor invertidas estarían las energías hasta ahora dedicadas a la confrontación en el esfuerzo de pulir los proyectos que la representación nacional tiene entre manos y que, en opinión de más de un entendido, presentan serios defectos. El afán de prohibir la reelección parlamentaria, por ejemplo, que privaría al Congreso de la capitalización de experiencia que tanta falta hace en los legisladores, debería ser retado por las bancadas que no concuerdan con él… pero el temor a chocar con lo que es popular en las encuestas las tiene inmovilizadas. Si de desafiar la demagogia y el populismo se trata, ¿por qué no empezar por ahí?