Hace poco más de un año, la Organización Mundial de la Salud declaró el brote del coronavirus como pandemia. Desde entonces, el mundo ha sido testigo de sus devastadoras consecuencias en el ámbito económico, social, político y, sobre todo, sanitario. Y si bien la campaña mundial de vacunación representa una señal de pronta mejora, es innegable que aún estamos muy lejos de la meta: controlar la rápida expansión del virus y salvar la mayor cantidad de vidas.
En América Latina, desde que se detectaron los primeros casos, la mayoría de gobiernos –con excepciones como Brasil– implementó medidas severas de contención. No obstante, intentar reducir la propagación y curar prontamente a los infectados resultaron ser tareas más arduas por la alta tasa de informalidad, los frágiles sistemas sanitarios y la deficiente infraestructura hospitalaria, a ello se le añaden la precariedad económica y mensajes de las autoridades que no calaron en la población. Lamentablemente, las mutaciones del virus, la flexibilización de las medidas de control y la poca disposición de algunos ciudadanos por acatar las normas han ralentizado aún más el progreso esperado en la región, incluso en países que habían logrado avanzar en la lucha contra este mal.
Por ejemplo, Chile, el país líder de vacunación en América Latina, recientemente ha confinado a más del 70% de su población debido al alza de casos de COVID-19. Según su Ministerio de Salud, el aumento está relacionado a la relajación de restricciones y medidas de protección personal. Mientras que, en Uruguay, uno de los países menos afectados durante el 2020, recientemente el Sindicato Médico, junto a varias organizaciones, le solicitó al gobierno “que tome medidas efectivas para disminuir la movilidad y el contacto” ante el crítico escenario que se está desarrollando. Hasta este último jueves, el país registraba en total 111.568 casos positivos y 1.041 defunciones, y solo en ese día se detectaron 2.069 nuevos casos. Según expertos, el aumento se debería al descuido de las medidas entre los ciudadanos uruguayos.
Brasil, por su parte, sigue padeciendo, no solo de un constante crecimiento de contagios y fallecimientos, sino también un gobierno que parece empecinado en mantenerse indolente frente al sufrimiento de su población, aun frente al surgimiento en su territorio de una nueva variante del coronavirus, mucho más contagiosa y con capacidad de reinfección. En marzo, el país superó las 3.000 muertes por día, y a pesar de ello, el presidente Jair Bolsonaro criticó las medidas que buscan restringir el libre tránsito de la ciudadanía e indicó que “el hambre mata mucho más que el propio virus”.
Desafortunadamente, la irresponsabilidad del Gobierno de Brasil está afectando también a sus vecinos de la región. La variante brasileña ya está causando estragos en nuestro país –según el ministro de Salud, Óscar Ugarte, el 40% de los casos en Lima se debería a esta versión de la enfermedad– y sería uno de los factores que están impulsando la segunda ola en la que nos encontramos. La nueva cepa también ha sido detectada en Uruguay, Chile, Paraguay, Colombia y Argentina; y Bolivia recientemente ha cerrado sus fronteras con Brasil para evitar su entrada.
Así las cosas, América Latina se encuentra en el peor momento de la pandemia, y si bien la vacunación contra el coronavirus ha comenzado en varios de los países de la región, el surgimiento de los casos en el continente es un recordatorio de que aún estamos lejos de regresar a la ‘antigua normalidad’. Las vacunas, tan esperadas a escala mundial, ofrecen una luz al final del túnel, pero es necesario reiterar que recién ha comenzado el largo trecho de salida de esta crisis. No es el momento de bajar la guardia.