Editorial El Comercio

A principios de año, mientras el mundo empezaba a comprender el impacto que tendría el COVID-19 en la humanidad, la luz al final del túnel se notaba lejana. El remedio era claro: obtener una vacuna que nos haga inmunes al virus. El camino, sabíamos, sería complejo. No solo había que conseguir la fórmula precisa para la sustancia, sino también preparar campañas de producción y distribución para que el fármaco llegue al mayor número de países y personas. Si lo primero se sentía lejano en aquellos días, lo segundo se notaba incluso más remoto.

Pero las últimas semanas han traído consigo buenas noticias. Tras meses de esfuerzo y pruebas clínicas, más de una de las candidatas a vacuna ha demostrado ser efectiva para combatir el nuevo coronavirus. En particular, la elaborada por Pfizer-BioNTech ya ha recibido aprobación para ser usada de emergencia en Estados Unidos por la Administración de Alimentos y Drogas (FDA) y lo mismo ha ocurrido en el Reino Unido. Sin embargo, entre el descubrimiento de una vacuna y la ejecución de campañas efectivas de vacunación hay un largo recorrido y el primer paso es que los millones de dosis necesarias lleguen a los que las necesitan.

En el Perú, lamentablemente, el camino hacia la inoculación ha sido errático y parece sintonizar con la ligereza con la que algunos ciudadanos han empezado a tomarse el desarrollo de la pandemia.

En los últimos días, distintas regiones del país han registrado aumentos en las cifras de contagios de COVID-19 y en vísperas de las fiestas de fin de año, con las aglomeraciones que suelen darse en los centros comerciales y por las reuniones familiares, existe la posibilidad de que pronto debamos enfrentarnos a una segunda ola de infecciones de alcance nacional. Lo que se esperaría, entonces, sería una ambiciosa campaña del Gobierno para motivar que la gente sea cautelosa y que, al mismo tiempo, se agoten todas las medidas para que las vacunas lleguen a nuestras costas lo antes posible. Los esfuerzos del Ejecutivo en ambos sentidos han dejado mucho que desear.

Como informó ayer este Diario, lugares como Mesa Redonda y el Mercado Central han estado llenos de consumidores y vendedores y la distancia social se ha convertido en una tarea imposible. Ello a pesar de las medidas que la Municipalidad de Lima anunció para lidiar con la situación. Si antes desde Palacio se procuraba ofrecer actualizaciones y recomendaciones constantes sobre cómo se desenvolvía la crisis sanitaria, hoy el silencio ha obtenido un rol protagónico.

Asimismo, las versiones oficiales sobre cuándo llegará la vacuna al país han ido cambiando. En octubre el entonces presidente Martín Vizcarra aseguraba que para el primer trimestre del 2021 el Perú ya tendría la sustancia y la ministra de Salud, Pilar Mazzetti, anunció en noviembre que se vacunaría a un buen número de ciudadanos antes de las elecciones de abril. Pero el domingo la primera ministra Violeta Bermúdez dio varios pasos atrás al anunciar que las inoculaciones se darían dentro del primer semestre del año entrante. A la par, Jaime Reusche, miembro del Comando Vacuna, ha dicho que “estamos bastante atrasados” y un informe de “The Economist” señaló que seremos de los últimos países en la región en tener la inmunización ampliamente disponible.

La circunstancia empeora si se toma en cuenta la actitud de la ciudadanía hacia la importancia de la inoculación. De acuerdo con una encuesta de El Comercio-Ipsos, el número de personas que no se vacunaría ha aumentado, pasando de 22% en agosto a 40% en diciembre. Una clara muestra de que no se han hecho esfuerzos por disipar los miedos de algunos hacia estos productos y por enfatizar su importancia.

Según la misma encuesta, 47% de peruanos asegura que “estamos saliendo de la pandemia”. Pero no es así. Es vital que el gobierno del presidente Francisco Sagasti retome con fuerza la lucha contra esta emergencia. Comunicar, prevenir y traer las vacunas lo antes posible será vital. No echemos a suertes nuestro futuro inmediato.