Olaechea se dirigió al presidente Martín Vizcarra en un pronunciamiento público. (Foto: Congreso)
Olaechea se dirigió al presidente Martín Vizcarra en un pronunciamiento público. (Foto: Congreso)
Editorial El Comercio

Ayer, el presidente del , , pronunció un discurso flanqueado por sus vicepresidentes que, a decir verdad, lució en su mayor parte como una prédica bastante atinada. “Frente a los últimos acontecimientos en nuestro país […] exhorto a los actores políticos, sociales y a toda la ciudadanía a defender la Constitución, pieza estructural de nuestro sistema democrático”, manifestó.

Enfatizó, además, que dentro de las funciones del Parlamento está la de tutelar la Carta Magna e hizo un llamado al presidente a “rectificar públicamente” las expresiones escuchadas en los audios en los que el mandatario les planteaba a un puñado de autoridades de Arequipa que, si en un mes ‘no cumplía’ con lo que les ofrecía, “”.

Como decíamos antes, pues, la alocución del señor Olaechea resultaba bastante apropiada dada la conflictiva coyuntura que atraviesa el país tanto a nivel político como social… hasta que, en un giro inexplicable, y justo después de haberle notificado al mandatario que “es irresponsable alentar el enfrentamiento entre peruanos”, terminó cargando duramente contra él: “Presidente Vizcarra […] ”.

Difícilmente alguien podría maquillar o entibiar la dureza de las palabras del titular del Parlamento que, en buena cuenta, terminó por acusar al presidente Vizcarra de cierto apocamiento o cobardía. Un exabrupto injustificable y que no ayuda un ápice a tender los puentes que, según dijo ayer, él mismo estaba interesado en construir.

Sorprende, pues, que el debate político se esté emponzoñando por invectivas arrojadas desde los niveles más altos del Estado, justo en un momento en el que ya la atmósfera está bastante enrarecida y se oyen trinos para patear el tablero desde distintos sectores de la ciudadanía. Habría que pedirle, ciertamente, al señor Olaechea que reduzca un poco los decibeles de sus soflamas y que sea más consecuente con el carácter colaborativo que dice ofrecer al Ejecutivo.

No obstante esto último, no es al titular del Legislativo el único al que cabría pedirle un poco de mesura. Pues el propio presidente Vizcarra y su primer ministro también se han volcado a ondear un discurso cáustico contra la vicepresidenta , en una actitud que, además, no los favorece en absoluto, pues menoscaba los ya de por sí pocos apoyos con los que cuenta el Gobierno en el hemiciclo.

Ahí está, por ejemplo, el contraataque que el jefe del Estado le dedicó a la señora Araoz luego de que esta última hiciera pública su preocupación por la imagen que daba el Gobierno –en lo que a estabilidad jurídica se refiere– al plantear el adelanto de elecciones: “Escucho lecciones de representantes de gobiernos que tuvieron […] [que] costó la vida de 33 personas”. Un misil directo y sin más destinatarios que la de la persona llamada constitucionalmente a sucederlo en caso no pudiera terminar su mandato.

Y también, las duras palabras que el primer ministro le dispensó a la vicepresidenta luego de que esta y otros dos legisladores más renunciaran a la bancada oficialista el pasado jueves. “¿Qué hubiera pasado si la vicepresidenta estaba en la Comisión de Economía? ¿Habría renunciado a la bancada porque había elementos antidemocráticos? Me parece que no. […] Creo que sus comentarios serían otros”, aseguró Del Solar, endilgándole a la deserción de la señora Araoz una motivación frívola que ella terminó calificando como un comentario “poquito bajo”.

Ambas declaraciones –la de Vizcarra y la de Del Solar–, configuran, además, una demostración estéril de hostilidad de parte del Ejecutivo que cuesta creer y que lleva a pensar que quizá exista en el Gobierno una convicción de que el respaldo en las encuestas va a durar para siempre y es suficiente para doblegar a otro poder del Estado y forzar sus iniciativas.

Cabría comunicarle a la clase política, en fin, que si ellos (que están llamados a dirigir el debate nacional) empiezan a perder la mesura, no esperen que la opinión pública no caiga en la misma espiral.