El enorme gentío que acompañó a los restos mortales de los aviadores que murieron hace cuatro días en el accidente de Oquendo pudo ver cómo la juventud limeña desunció los caballos de las carrozas fúnebres –sin hacer distingos de ninguna clase– para halarlas a través de las calles de la ciudad hasta el cementerio, tributando así un último homenaje a los caídos. En esta casa editora el dolor es hondo y grande. Octavio Espinosa era nuestro amigo y colega. Lo admirábamos por su inteligencia, lealtad y valor. ¡Hasta siempre, querido Octavio!
H.L.M.