Son las 9:30 de la noche. Aquí, en El Comercio, todos estamos en la sala de redacción. Es la hora del trabajo rudo, constante, incesante. Las máquinas teclean, la pluma rasga el papel de las cuartillas; la mesa del jefe de redacción está atiborrada de originales, los linotipos funcionan incesantes en los talleres del sótano, donde también todo se agita. Los señores del cable, que al mismo tiempo son traductores, luchan con el inglés y el francés, idiomas en que van llegando incesantemente las noticias del exterior. Sabemos que a la 1:30 todo debe estar listo. H.L.M.