Alan García –que suele tener razón– planteó hace algunos días ‘desnadinizar’ la agenda política peruana. Ana Jara –últimamente algo más callada– aprovechó el momento para hacer gala de ingenio: hay que ‘desnadinizar’, dijo, pero también hay de ‘desalanizar’. Qué seriedad la de la ministra, parece que no se da cuenta de que lo único que nos da la fuerza para abrir los periódicos es, precisamente, el Alan.
Yo puedo, por ello, decir con orgullo que yo alanizo. Alanizo porque alanizando puedo hablar de poesía y deleitarme con frases presidenciales sobre morros y vacas. Porque alanizando puedo hablar de teatro y emocionarme con la próxima obra de autoría del ex presidente, que espero poder ver pronto en las tablas, sobre la última cena de Francisco Pizarro. (Obra que, además, y como ha dicho, irá musicalizada, “pues el que canta puede componer y yo canto y encanto”). Y alanizo, en general, porque soy lo suficientemente honesto para reconocer que al lado de los políticos que solo se ocupan de beneficiarse a ellos mismos, Alan –en su cruzada por encontrar las causas más populares, más peruanas de todas– es una bocanada de aire fresco. Ministros que ganan 30 mil soles, ¡bájenles el sueldo! La Haya, ¡embanderemos! Gastón Acurio, ¡que postule! Violadores de niños, ¡mátenlos!
Si ya con lo anterior creían que era difícil odiarlo, esperen a ver la respuesta que le lanzó a Milagros Leiva cuando ella le preguntó quién fue su consejero mientras gobernaba: “Ahmm... Yo creo que mi consejero fundamental era el señor... Dios”.