I love Lucy, por Farinata
I love Lucy, por Farinata
Redacción EC

Los enredos financieros de Luciana León tienen algo de comedia. Eso de haber fundado una empresa con diez mil soles para comprar un departamento de 176 mil dólares en 1998, cuando tenía apenas 20 años,  y luego, ahora que es congresista, no recordar exactamente de dónde salió el dinero, parece el argumento de uno de esos alborotos que protagonizaba Goldie Hawn en los setenta. Pero agregarle más tarde a la historia el brusco recuerdo de que la adquisición se financió con una herencia del abuelo, que falleció en 1999 –es decir, un año después de la operación que su herencia habría hecho posible–,  es una genialidad que hace pensar más bien en Lucille Ball y las auténticas celebraciones del caos que protagonizó en los cincuenta. Lucianita, sin duda, es eso que las tías de antaño denominaban “un plato”.

Atribuir finalmente todo a la circunstancia –recordada también en un tercer momento– de que la herencia era anticipada constituye, por otra parte, un recurso clásico del género para darle alguna salida a la situación agobiante y, en nuestra opinión, no desmerece para nada la gracia del planteamiento inicial. Máxime si la última escena presenta a Lucianita siendo citada a declarar en un hipotético tribunal de ética aprista.
Después de “Asu mare 2”, alguien propondrá de seguro “Asu pare 1”.