¿Más candidatos es mejor?, por Arturo Maldonado
¿Más candidatos es mejor?, por Arturo Maldonado
Arturo Maldonado

Las avenidas poco a poco empiezan a ser invadidas de publicidad de los candidatos al Congreso. Dentro de poco, veremos a aquellos con más recursos irrumpir también en las pantallas de televisión con sus rostros y propuestas. Muchos de ellos serán caras nuevas que exhiben sus mejores ángulos para conquistar nuestro voto, en una lucha intensa por llegar al Parlamento. 

La pelea es dura porque la competencia es fuerte. Cada partido o alianza presenta una lista con 130 candidatos. En la actual elección tenemos 17 listas, lo que suma un total de 2.210 personas que postulan a una curul. Si la competencia es fatigosa para los candidatos, para los ciudadanos la evaluación podría ser más trabajosa incluso. En las circunscripciones más pequeñas, como Amazonas, Apurímac o Ayacucho, postulan tres candidatos por lista. Es decir, los ciudadanos en esos departamentos tienen 51 opciones. 

En la capital, la circunscripción más grande, los limeños podríamos evaluar a 612 postulantes, para luego elegir a dos, usando el voto preferencial. Sin duda, nadie se dará el trabajo ni tendrá el tiempo de evaluar a este gran número de candidatos. Incluso, si uno restringe sus opciones a solo algunas listas, el examen sigue siendo agotador para quien quiera darse el trabajo.

Uno de los supuestos a favor de la idea del voto preferencial es que el ciudadano puede evaluar las alternativas y seleccionar al candidato que se acerque más a sus preferencias. Esta situación se puede asemejar a un contexto de mercado en que un consumidor selecciona un producto, de los innumerables a su disposición, de tal manera que maximiza su utilidad.

Sin embargo, tener más opciones no siempre significa que el ciudadano (o el consumidor) se sienta más satisfecho con su elección. Por el contrario, más opciones pueden hacernos sentir peor. En su libro “La paradoja de la elección” (2004), el psicólogo Barry Schwartz brinda muchos ejemplos de cómo los consumidores terminan menos satisfechos con sus compras cuando hay más variedad en el supermercado o cómo los ciudadanos eligen subóptimamente cuando se les presentan más opciones de fondos de jubilación. 

Ante la avalancha de alternativas, los ciudadanos se paralizan o se confunden. Este autor estadounidense propone algunos mecanismos para explicar esta paradoja. Uno de ellos es el aumento de las expectativas con nuestra selección y que luego estas expectativas no sean satisfechas. Así, queda siempre la duda de si otra opción hubiera sido mejor. Por supuesto, esto no significa un retorno a un mundo sin opciones, pero entre no tener opciones y una avalancha de alternativas debe haber un punto medio adecuado.

Haciendo un paralelo, los ciudadanos efectivamente tenemos una profusión de alternativas para escoger en esta elección congresal. Esto nos lleva a preguntarnos si en esta esfera se dan también los efectos que propone Schwartz. Es decir, si debido a la multiplicidad de candidatos, los ciudadanos se paralizan y se confunden en esta marea de opciones electorales, y, por lo tanto, quedamos menos satisfechos con nuestra elección y elegimos subóptimamente. 

Para evitar estas potenciales consecuencias, los organismos electorales o las instituciones de la sociedad civil deberían tratar de facilitar la elección a los ciudadanos. Por ejemplo, mapeando la posición de los postulantes al Congreso en algunos temas relevantes. Así, no tendríamos que escoger en la multiplicidad de opciones sino en el espacio acotado de aquellos que están más cerca de nuestra posición. 

Finalmente, queda pendiente la discusión de saber si en un sistema muy fragmentado como el peruano, el voto preferencial realmente permite a los ciudadanos escoger adecuadamente o si no es una característica más que abona en nuestra confusión y desencanto electoral.