El costo del muro, por Iván Alonso
El costo del muro, por Iván Alonso
Iván Alonso

Mr Gorbachov, tear down that wall! (¡tumbe ese muro!), demandó el ex presidente Ronald Reagan poco tiempo antes de la caída del muro de Berlín. Ahora otro presidente norteamericano –ojalá de menor trascendencia histórica– quiere levantar otro muro, al estilo soviético, y quiere que lo paguen los mexicanos. Las leyes de su país quizás le permitan salirse con lo primero. Las leyes de la economía impedirán lo segundo.

Fuera de confiscar los bienes o ingresos de los mexicanos que viven en Estados Unidos, no hay manera de evitar que el costo del muro lo terminen pagando, en parte, los propios ciudadanos estadounidenses. Cualquier impuesto a las remesas que envían los mexicanos a su país y cualquier arancel a los bienes que se importan de México reducirá el bienestar de los mexicanos, sí, pero también el de los norteamericanos. 

Hay una cosa que los economistas conocen como la teoría de la incidencia tributaria. Quién paga finalmente un impuesto no depende de lo que diga la ley. La carga se divide entre compradores y vendedores, arrendatarios y arrendadores, empleados y empleadores, dependiendo de la capacidad de respuesta de unos y otros, o sea, de las posibilidades que tengan de encontrar otra gente a quien comprarle o venderle (etcétera) sin tener que pagar mucho más o recibir mucho menos.

Supongamos que México le vende a Estados Unidos todo el petróleo que sale de un pozo en cantidades constantes y a costo muy bajo y que por equis razones no puede vendérselo a nadie más. En esas condiciones extremas –y es ilustrativo que sean extremas– siempre le venderá la misma cantidad, sin importar qué precio reciba. Si el precio internacional es de 60 dólares por barril, los norteamericanos pagarán 60 dólares por barril y México recibirá 60 dólares por barril. 

Si Estados Unidos pone un impuesto de 20% a las importaciones provenientes de México, los norteamericanos seguirán pagando el precio internacional, pero los mexicanos recibirán solamente 50 dólares por barril, que al sumárseles el 20% se nivelan con el precio internacional. Los norteamericanos no pagan ni un centavo más que antes, pero los mexicanos reciben 10 dólares menos por cada barril exportado. En otras palabras, toda la carga recae sobre los mexicanos.

Pero recuerde el lector que son condiciones extremas. Si México pudiera controlar el flujo de petróleo de su pozo o vendérselo a otro país, nunca aceptaría recibir 10 dólares menos. Quién sabe acepte recibir 5 dólares menos para ahorrarse el costo de llevarlo a un mercado más distante. Y quién sabe los norteamericanos acepten pagar 5 dólares más para ahorrarse el costo de traerlo de algún lugar más lejano. Ahora el efecto se divide en partes iguales: México recibe 5 dólares menos y Estados Unidos paga 5 dólares más. No es difícil imaginarse otras circunstancias, en las cuales México recibe lo mismo que antes y todo el impacto del impuesto recae sobre los consumidores norteamericanos.

El peor escenario para estos últimos es uno en el que Estados Unidos se queda sin inmigrantes. El trabajo que estaban dispuestos a hacer por 10 dólares la hora lo tienen que hacer ahora ciudadanos norteamericanos que esperan ganar no menos de 20, una diferencia que les cuesta como consumidores 20,000 dólares al año por cada persona que se va contra su voluntad. Multiplíquelo usted por varios millones.