Imagen de la vía expresa de Lima durante la cuarentena, el último sábado 21 de marzo. (Foto: EFE).
Imagen de la vía expresa de Lima durante la cuarentena, el último sábado 21 de marzo. (Foto: EFE).
/ Paolo Aguilar
Enzo Defilippi

Una buena manera de encajar un golpe inevitable es hacerse a la idea con anticipación. Por ello, y previendo la magnitud del porrazo económico que se nos viene, creo que es necesario ir ajustando nuestras expectativas.

Empecemos por interiorizar que este año será muy malo. En China, donde la cuarentena no alcanzó a todo el país, el PBI del primer trimestre del año habría caído 10% con respecto al mismo período del 2019. Esto permite prever que, en el Perú, donde todas las actividades no esenciales están paralizadas, la cifra de marzo va a ser históricamente mala. Igualmente, debido a que los ingresos de muchos peruanos están siendo severamente golpeados y gran parte de la economía mundial ha sido afectada, los siguientes meses también vendrán muy feos. Con lo que sabemos hoy, una caída del PBI de -3% no me parece exagerada.

Un déficit fiscal excepcionalmente alto tampoco debería sorprendernos. A ojo de buen cubero, la paralización de la economía y la caída en las cotizaciones de las materias primas pueden llevarse, sin problemas, un 2% del PBI en recaudación. Si a eso le sumamos otro tanto de gastos adicionales para lidiar con la epidemia y el 1% de déficit que ya estaba planeado, llegamos a 5% del PBI. ¿Debería preocuparnos? Sí. ¿Angustiarnos? No. Se trata de circunstancias excepcionales y tenemos cómo afrontarlas. De eso se tratan las “fortalezas macroeconómicas” que mis colegas repiten como mantra: de la capacidad del Estado Peruano de enfrentar crisis como esta sin afectar nuestra capacidad de crecer en el futuro.

El 2020 será un año malo, pero del Gobierno depende que no sea peor. Y el esfuerzo hecho hasta ahora es claramente insuficiente. De acuerdo con la ministra de Economía, el costo de las medidas aprobadas ascendería a S/6.578 millones, pero eso no es verdad. De ese monto, S/4.000 millones corresponden al diferimiento de impuestos, lo que no constituye un costo para el Estado porque los contribuyentes lo tendremos que pagar pronto. Asimismo, lo asignado para atender las necesidades urgentes de millones de peruanos pobres y miles de pequeñas empresas suma solo S/1.500 millones (0,17% del PBI). Aun multiplicando ese monto por dos sería el equivalente a querer detener una hemorragia con una curita.

Entiendo perfectamente la necesidad de guardar balas para el futuro, pero si el MEF no toma pronto las medidas correctas, lo hecho seguirá generando titulares y simpatías personales, pero solucionará muy poco. Y los peruanos no nos merecemos eso.

Es razonable suponer que la recesión que viene será tan profunda como la del 2008, pero que la recuperación será más lenta. Enfrentarla con éxito requerirá facilidades crediticias por montos que sí muevan la aguja, ayudas específicas para los sectores más golpeados y, aunque no sea popular decirlo, una flexibilización (aunque sea temporal) de nuestro rigidísimo marco laboral. No tiene sentido, menos aún en momentos como este, que por intentar proteger a una minoría muchas empresas quiebren y dejen en la calle a todos sus trabajadores. Eso tendría que venir acompañado de medidas adicionales para ayudar a los desplazados.

Espero que el Gobierno tome pronto las decisiones económicas correctas. De lo contrario, las consecuencias de la cuarentena se seguirán sintiendo mucho tiempo después de que hayamos salido de ella.