La interrogante, por Carlos Adrianzén
La interrogante, por Carlos Adrianzén
Carlos Adrianzén

Tras una primera vuelta que descartó a ciertos candidatos generadores de insana incertidumbre, podemos volver a observar las tendencias. Haciéndolo, descubriremos que nuestro crecimiento anual se ha consolidado en alrededor de 3% a 4%. 

Alcanzamos este ritmo sin tener ningún motor macroeconómico encendido y sin pretensión sensata de que esta recuperación resulte sostenible. 

Y es que las exportaciones no dejan de caer. Tanto las tradicionales (16%) como las no tradicionales (7,5%) cerraron en el 2015 en caída. En el caso de las tradicionales, se encuentran en picada desde hace tres años. 

También la inversión privada –que ya registra casi dos años contrayéndose– cayó en 7,2%. Aún crecemos, pero por inercia de gasto previo y por un repunte minero mono-proyecto.

No obstante, el rebrote aludido es visto como señal de que ya tocamos fondo y que bajo una nueva administración (cualquiera resulte elegida) todo se recompondrá rápidamente. Que instantáneamente se recuperará el atractivo y el entusiasmo, y que volveremos a crecer a un promedio anualizado de 7%. 

Esta traza omite complicaciones difíciles de esconder, como los efectos de las antirreformas estructurales de los Humala. 

Si bien el gobierno resultó incapaz de aplicar reformas chavistas –por la resistencia congresal y de la opinión pública–, sí postergó las reformas de mercado e introdujo retrocesos que inflaron permanentemente los presupuestos estatales, profundizaron la rigidez laboral, trabaron inversiones y elevaron las regulaciones en forma masiva. 

Este esquema lo completó ese engañamuchachos llamado diversificación productiva (un programa de diversificación de ofertas guiado por la burocracia en un ambiente donde los impuestos, las regulaciones y la inoperatividad de la administración pública lo traban casi todo). 

Hoy, reactivar el crecimiento y reconectar la exportación con la inversión privada requiere desmontar todo lo que bloquee el comercio exterior y la captación de inversiones. Es decir, un audaz conjunto de reformas de mercado. 

Fríamente hablando, si no desmontamos impuestos y regulaciones, las cosas no tienen por qué pintar tan bien como queremos creer. Recuperar los casi dos puntos de crecimiento anual perdidos implica tal vez una ilusión. 

No es solo que el comercio global y nuestros términos de intercambio puedan profundizar su deterioro. Resulta inverosímil que la nueva administración aplique las reformas requeridas sin que enfrente una atroz resistencia de los intereses afectados y de sus agitadores en el Congreso y fuera de él. 

¿Nos sorprenderá el próximo gobierno ordenando la casa? ¿O se resignará a flotar, creciendo apenas entre 2% y 3% anual en los próximos cinco años? Esta es la interrogante del próximo quinquenio.