José Carlos Requena

La difusión de los audios de la conversación del alto mando político de Alianza para el Progreso (APP) –en la que tuvieron participación el líder de la agrupación, César Acuña, y la entonces presidenta del Congreso, Lady Camones– ha tenido un curioso e inevitable efecto revitalizador en la gestión del jefe del Estado, Pedro Castillo.

Al hacerlo, ha evidenciado uno de los mayores problemas que enfrenta la democracia peruana: la carencia de una que responda plenamente al término. La situación es aún más delicada si se considera el ánimo presidencial crecientemente arbitrario y patrimonialista.

Para evaluar el rol de la oposición, vale la pena recapitular lo sucedido desde la tarde del viernes 2, cuando Epicentro TV difundió el primer audio, hasta la noche del lunes 5, cuando Camones fue censurada en el pleno del Congreso. Desde la tarde del viernes, se hicieron públicas posiciones desde el oficialismo que pedían la salida de Camones. Llamó la atención, sin embargo, que muchos parlamentarios de oposición se unieran rápidamente al coro, sobre todo porque hacen patente un clamoroso –o quizás interesado– desconocimiento del procedimiento parlamentario.

Los proyectos de ley a los que se refería Acuña deben pasar por comisiones, donde la injerencia de la presidenta del Congreso es nula. Los votos, por lo demás, tampoco los controla una persona. De hecho, lograr votos entre 13 grupos parlamentarios con fragmentaciones propias es aún más complejo. Los deseos de Acuña, en consecuencia, no pasarían de eso.

Los diálogos no parecen evidenciar algún delito o mala práctica de Camones, aunque la dejaron en una posición muy incómoda, sobre todo por el modo en que Acuña se expresa. Las primeras reacciones de Acuña y Camones (arrogante y tímida, respectivamente) no ayudaron a calmar las aguas ni a morigerar las reacciones de los parlamentarios, incluyendo a los opositores.

La noche del domingo 4, haciendo gala de un particular uso del poder en un horario inusual, el presidente del Consejo de Ministros,, y el Gabinete en pleno denostaron el contenido de los diálogos, como si no tuvieran quehaceres más importantes a los que dedicar sus esfuerzos. “Nosotros hemos analizado el día de ayer y hemos esperado todo el día para ver si, frente a estos graves hechos, la Mesa Directiva del Congreso de la República da un paso al costado”, comentó Torres Vásquez en la conferencia de prensa.

La tarde del lunes 5, diversas bancadas oficialistas presentaron una moción de censura contra Camones. Parecía un paso precipitado, aunque en predios parlamentarios parecía haber conciencia de que a la entonces presidenta del Congreso se le había bajado el dedo.

Vino luego la votación, primero, de la admisión de la censura y, después, de la censura en sí, con el resultado ya conocido: 61 a favor, 47 en contra y cinco abstenciones. Si se compara esta cifra (47) con la votación que obtuvo Camones en la primera vuelta del 26 de julio (50; la otra lista opositora tuvo 16), puede notarse el origen de este resultado: la falta de un eje articulador en la oposición, que parece reemplazado por rencillas y desconfianza.

Como para bailar tango hacen falta dos, tiene que verse qué hace imposible que se alcance ese eje. ¿Es que los llamados ‘niños’ son tan persuasivos o cuentan con tantos recursos como para asegurar los votos que ayudan al Ejecutivo a sobrevivir? ¿O, más bien, toman ventaja de los líos en los que parece perderse la oposición?

La noche del lunes 5, en cualquier caso, la oposición terminó haciendo aquello que el lenguaraz Torres pedía. Es irónico, los votos que no se alcanza para censurarlo se logran para cumplir sus deseos. Así, un oxímoron hace su aparición: la oposición oficialista.

José Carlos Requena es analista político y socio de la consultora Público