(Foto: El Comercio/Captura).
(Foto: El Comercio/Captura).
Ian Vásquez

Hoy, a 25 años de la captura de y a 16 años esta semana del a Estados Unidos que desató una guerra internacional contra el terrorismo, es oportuno revisar ambas experiencias. El Perú, a pesar de rebrotes terroristas recientes, es el caso exitoso. La lucha contra el terror de EE.UU., al contrario, ha fracasado.

El Perú logró derrotar a no porque militarizó el país, incurrió en guerras sucias o cercenó libertades civiles en búsqueda de mayor seguridad. Más bien, esas medidas fueron contraproducentes. Lo que finalmente venció a Sendero es lo que no se prioriza en la lucha antiterrorista estadounidense: la labor de inteligencia e investigación policial. Fue por este esfuerzo que se aprehendió a Guzmán. Decapitar a una organización tan centralizada significó su colapso acelerado.

También jugó un papel el permitir que las comunidades rurales se defendieran con armas y la aplicación de reformas de mercado que aumentaron sus oportunidades económicas. Sin embargo, a diferencia del caso peruano, la lucha antiterrorista de EE.UU. es global. Su influencia sobre las políticas internas de los países de Medio Oriente u otras partes del mundo es limitada y no ha podido repetir el éxito del Perú, incluso durante las ocupaciones militares de Iraq o Afganistán.

Que la guerra de EE.UU. contra el terrorismo no haya funcionado puede sorprender. Después de todo, no ha habido un ataque terrorista importante en EE.UU. desde el 11 de setiembre del 2001. Y la estrategia se ha basado precisamente en que la lucha global contra el terror previene ataques dentro de EE.UU. Pero el costo ha sido enorme –US$5 billones hasta la fecha– y no queda claro que la política estadounidense haya sido eficaz en reducir los ataques terroristas.

El experto John Muller observa, por ejemplo, que Al Qaeda no ha podido realizar un ataque terrorista dentro de EE.UU. desde el 2001 a pesar de que ingresan 173 millones de extranjeros al año, incluso durante los años antes de que EE.UU. implementara medidas de seguridad en respuesta al 11 de setiembre. En un estudio nuevo, Trevor Thrall y Erik Goepner exponen que la guerra internacional contra el terrorismo ha aumentado el terrorismo antiestadounidense. Desde el 2001, más estadounidenses han muerto a causa del terrorismo y ha habido más ataques terroristas “islámicos” en EE.UU. que durante el mismo período de tiempo antes del 2001. Además, se ha disparado el número de ataques terroristas en el ámbito mundial.

El riesgo para los estadounidenses de morir en un ataque terrorista sigue siendo pequeño –solo el 0,1% de los homicidios en EE.UU.–, lo cual resalta la reacción exagerada del país frente al terrorismo. Irónicamente, lo que en gran parte explica el aumento de ataques terroristas a nivel global, tanto como el número de grupos terroristas islamistas, son las políticas estadounidenses. Thrall y Goepner describen cómo el énfasis de EE.UU. en el intervencionismo militar crea las condiciones para que se desarrollen grupos terroristas. El Estado Islámico probablemente no hubiera existido sin la invasión a Iraq. Estas políticas de EE.UU. han radicalizado a los grupos islamistas terroristas y, en la medida en que miles de inocentes fallecen o se victimizan por actos bélicos estadounidenses, estos grupos gozan de más apoyo.

Los autores concluyen que EE.UU. debe dejar de intentar reconstruir naciones, abandonar el enfoque militar en la guerra contra el terrorismo y hacer de esa tarea el enfoque de los servicios de inteligencia y de las agencias policiales y de justicia. Algo de eso podría aprender EE.UU. del Perú.