¿A ti te pagó Odebrecht? (1), por Andrés Calderón
¿A ti te pagó Odebrecht? (1), por Andrés Calderón
Andrés Calderón

Estimado lector, usted puede ser el siguiente culpable del Caso .

No porque se haya levantado US$20 millones en coimas como parece que fue el caso del ex presidente , ni porque haya sido uno de los funcionarios del segundo gobierno aprista que favorecieron a la constructora brasileña en la licitación de la línea 1 del metro de Lima. Ni siquiera porque haya ayudado en el gobierno nacionalista a licitar ese unicornio (los elefantes no son invenciones) blanco llamado gasoducto del sur. 

Su culpa es más simple. Es probable que usted haya tenido algún vínculo –siquiera remoto– con una constructora brasileña. 

¿Cree que no? Haga números. A los 10.000 trabajadores de Odebrecht en el Perú (y otros tantos ex colaboradores) multiplíquelos por las cinco otras constructoras, también por los varios socios con los que participó de forma consorciada; añada al producto el número de proveedores con el que cada uno de ellos ha hecho negocios, por el número de sus clientes, por el número de funcionarios estatales con los que ha interactuado y el número de intermediarios y profesionales independientes con los que puedan haber trabajado (expertos en conflictos sociales, gestores de proyectos de responsabilidad social, relacionistas públicos, abogados, economistas, ingenieros, etc.). Le apuesto, apreciado lector, que en el mejor de los casos no tiene más de un grado de separación con la brasileña. Su carrera se acabó. Queme su currículo. Empaque y múdese a una isla donde las brasileñas no hayan llegado.

Por más absurdo que le parezca este razonamiento (y lo es), hay un temor real arraigado en muchas personas. Desde el abogado que le registró una marca a una constructora brasileña en el 2004 hasta el ingeniero que trabaja en una de sus socias. ¿Qué culpa tienen ellos? Ninguna. Pero el miedo a que los vinculen y satanicen ha venido creciendo empujado también por un discurso sensacionalista, cuando no oportunista.

Hay varios peligros subyacentes. El primero es que al meter a tirios y troyanos en el mismo saco, se diluye la responsabilidad. Se hace más difícil distinguir a quienes sí, con dolo o inexcusable negligencia, contribuyeron realmente a la corrupción propiciada por estas empresas. Si todos son culpables, nadie realmente lo es.

El segundo es el de la autocensura. Lo percibo cuando pido la opinión de un experto, converso con una fuente e invito a escribir un artículo. “Pero no me cites, no vaya a ser que me quieran vincular con Odebrecht”. Perdemos voces valiosas en un momento crítico de la discusión pública, cuando la mayor información y el intercambio de ideas son más importantes.

El tercero y más polémico –pero no por ello menos nocivo– es el del silencio de los culpables. Sí, incluso los responsables legales y políticos de la perversión estatal deberían ser escuchados. No para darles la razón. Todo lo contrario. Para saber cuáles fueron los delitos y sus motivaciones, cuáles fueron las negligencias y vacíos que aprovecharon los corruptos. Para aprender del error. Para evitar que se vuelvan a cometer, hay que escuchar también a los culpables. Con transparencia (revelando su rol o interés) y sin miedo.

Hace 16 años, con la caída de Alberto Fujimori, gran parte de la sociedad peruana escogió silenciar a sus más conspicuos seguidores condenándolos al ostracismo. Como si tapándose los ojos, las cosas desaparecieran. La ausencia de voz dio legitimidad a un discurso de martirización varios años después. Curiosamente, algunos de los que reclamaron o reclaman –con razón– que este silencio forzoso fue un error son los que se erigen hoy en un falaz pedestal para decir quién puede expresarse y quién no.