Partidos por la mitad, por Arturo Maldonado
Partidos por la mitad, por Arturo Maldonado
Arturo Maldonado

El atraviesa la mayor crisis de los últimos años por la lucha entre dos bandos, los llamados institucionalistas, liderados por Raúl Castro, y los reformistas, seguidores de Lourdes Flores. Ambas facciones se disputan el liderazgo del partido y la herencia de

Que haya grupos en disputa en un partido no es novedad. En el fujimorismo existen los albertistas y los keikistas, que en esta campaña, más solapadamente, se debaten entre la continuidad o la reforma del fujimorismo histórico. 

En el Partido Aprista, con el papelón tras la publicación del “Plan Bicentenario” y la detección de plagio, se han renovado las pugnas entre Mauricio Mulder y Jorge del Castillo. La izquierda, por su parte, anda dividida en dos grupos: unos con Verónika Mendoza en el Frente Amplio y otros con Sergio Tejada en la Unidad Democrática.

No todos los partidos con grupos en disputa resuelven sus diferencias y la lucha por el poder interno de la misma manera. De hecho, algunas veces las facciones cooperan entre sí en ocasiones particulares, como cuando hay un cambio de régimen o la necesidad de formar una oposición fuerte. 

Este tipo de unidad entre grupos suele ser circunstancial y efímero. Recordemos la unidad de la oposición al final del gobierno de Alberto Fujimori. En estos comicios veremos si los grupos de izquierda terminan uniéndose para la elección como una oposición al resto de candidatos, y si pierden, veremos si esta alianza es efímera o sobrevive.

Cuando los grupos al interior son rivales, se puede formar una competencia con resultados positivos: la promoción de la vida orgánica y la democracia interna. El lado negativo es que mucha fragmentación lleva a la emergencia de fuerzas centrífugas. 

Para resolver los pleitos, se necesitan liderazgos en los partidos. Esto podría ser la situación del fujimorismo y del aprismo. En estos partidos, y Alan García coordinan a sus facciones para que sus pugnas no se salgan de control.

La primera tiene la ventaja de ser la favorita en las encuestas presidenciales, entonces los grupos se ordenan porque nadie quiere bajarse del coche que se presume ganador, aunque en ese orden haya triunfadores y perdedores, lo que se podría expresar en mejores o peores puestos en la lista congresal. 

En el aprismo, como candidato natural y líder indiscutido, García tiene capacidad de ordenar las disputas internas, pese a estar más complicado en sus probabilidades de ganar. La lista congresal aprista será también un reflejo de la competencia intrapartidaria.

Por el contrario, en esta elección el PPC lucha por sobrevivir electoralmente, pero sin una locomotora que empuje y ordene la competencia entre sus grupos en disputa. El enfrentamiento se ha salido de control, ha provocado un faccionalismo degenerativo, en el que los grupos buscan su propio interés y no el del partido a través de incentivos privados y del clientelismo. Un riesgo grande de este tipo de colisiones es la destrucción de la marca partidaria, y finalmente el rompimiento y colapso del partido.

Esperemos que no sea el caso. Este partido ha sido un actor importante de la política nacional y, aunque él mismo surgió de una división desde la Democracia Cristiana, una fragmentación en el contexto actual podría poner en riesgo su permanencia. Es cierto que el PPC necesita una cirugía para extirpar algunos elementos nocivos a su institución, pero esperamos que en esa operación no se les vaya la vida.