"El problema no solo es la falta de dinero. La gestión estatal de los monumentos arqueológicos está sujeta a una serie de rigideces que hacen muy difícil generar recursos". (Ilustración: Víctor Aguilar)
"El problema no solo es la falta de dinero. La gestión estatal de los monumentos arqueológicos está sujeta a una serie de rigideces que hacen muy difícil generar recursos". (Ilustración: Víctor Aguilar)
Enzo Defilippi

En su última edición, la revista británica “The Economist” comenta sobre tres maravillas arqueológicas del norte peruano: los complejos de las huacas del Sol y de la Luna y El Brujo (donde se halló la tumba de la Señora de Cao), y el Museo Tumbas Reales de Sipán. Señala que, a pesar del evidente interés artístico y cultural que despiertan, no hemos podido desarrollar un circuito turístico que atraiga el número de visitantes que merecen. En el 2018, por ejemplo, el Museo Tumbas Reales de Sipán, el más visitado de los tres, recibió 200.000 visitantes (de los cuales los extranjeros no llegaron a 11.000). En comparación, Machu Picchu fue visitado por 1,5 millones de turistas, un 77%, extranjeros.

En el Perú, el potencial del turismo para generar actividad económica, empleo formal y recursos para el Estado es formidable. Pero su desarrollo requiere un trabajo coordinado entre el gobierno y los empresarios privados. Como indica el artículo, en esa zona escasean los buenos hoteles, la basura se acumula en los caminos y, debido a un puente dañado, tarda casi cinco horas recorrer los 200 km que separan Trujillo y Chiclayo.

En un estudio financiado por el BID, Juan Pablo de la Puente, Elías Mujica y yo analizamos las dificultades para convertir sitios arqueológicos en atractivos turísticos, y así generar recursos para su investigación, protección y mantenimiento. Encontramos que los obstáculos por superar son enormes, empezando por los problemas de coordinación dentro del Estado. No se puede usar presupuesto asignado al sector turismo para la conservación de bienes culturales, por ejemplo, aunque de ello dependa el flujo de turistas. Y los recursos del sector Cultura, además de ser escasos, están priorizados con otra lógica.

El problema no solo es la falta de dinero. La gestión estatal de los monumentos arqueológicos está sujeta a una serie de rigideces que hacen muy difícil generar recursos mediante la venta de membresías o souvenirs, gastar fondos provenientes de donaciones y fijar el valor del boleto de entrada de acuerdo con criterios de gestión. Financiar investigaciones científicas es aun más difícil. Aquellas que generan el atractivo turístico de las huacas del Sol y de la Luna y las pirámides de Túcume fueron inicialmente financiadas por fundaciones privadas y cogestionadas por patronatos, también privados, que permitieron administrar y obtener donaciones, apalancar fondos adicionales de contrapartida y, sobre todo, evitar los engorrosos trámites de la administración pública. Los recursos del Estado llegaron luego.

En el sector Cultura, las alianzas público-privadas se usan desde fines de los años 60. Su uso se ha expandido progresivamente, de esquemas de regeneración urbana a la conservación y gestión de sitios arqueológicos, edificios, colecciones y áreas naturales con valor cultural. En el Perú, estas podrían ayudar a convertir en atractivos turísticos monumentos arqueológicos que hoy, por falta de recursos o incapacidades de gestión, no han sido suficientemente investigados o están expuestos a riesgos de destrucción por saqueo, invasión o paso del tiempo. Hay que recordar que de los 22.638 que el Estado tiene identificados, solo 73 están abiertos al público.

Sé que en este tema hay mucha ideología y que proponer que el sector privado pueda gestionar sitios arqueológicos genera controversia. Pero el temor a enfrentarla no debe impedir que el país se beneficie de los tesoros que heredamos de nuestros antepasados.