Héctor Villalobos

El Pasión Dávila de la política internacional es, sin duda, Andrés Manuel López Obrador (). Al igual que el suspendido congresista peruano, el mandatario mexicano aprovecha cuanto micrófono tiene a su alcance para defender el régimen del vacado y lanzar todo tipo de teorías negacionistas sobre el golpe de Estado del pasado 7 de diciembre.

La incontinencia verbal de AMLO cuando de defender a Castillo se trata se convierte en parquedad cuando se le consulta sobre regímenes totalitarios, como cuando hace unos días se le preguntó en una conferencia de prensa sobre las graves violaciones a los derechos humanos cometidas por el régimen de Daniel Ortega en Nicaragua. Una muestra de que la doble moral no es exclusiva de nuestros políticos locales.

La última perorata envenenada del gobernante mexicano llegó cargada de insultos cuando hace unos días dijo que “la oligarquía en el Perú […] necesita tener un títere, un pelele, un gobernante a modo y un Congreso también” en alusión a la presidenta Dina Boluarte. Esto, pocos días después de que el Perú anunciara el retiro de su embajador en México, luego de sufrir la enésima afrenta por parte de López Obrador.

Las periódicas mentiras de AMLO, más que la indignación de un gobernante que reclama por las injusticias que se cometen en un país hermano, parecen ser la explosión de ira de un titiritero a cuya marioneta le cortaron los hilos.

Pero las expresiones del lenguaraz mandatario no son solo agravios contra Boluarte. Puede llamarla “pelele”, “dictadora” o cuanto adjetivo se le ocurra, pero en el fondo lo que está haciendo López Obrador es insultar a la institucionalidad del Perú. Lo que está diciendo es que el Congreso, el Poder Judicial, el Tribunal Constitucional, la Fiscalía de la Nación, las Fuerzas Armadas, la Policía Nacional y todas las instituciones que condenaron el quiebre constitucional perpetrado por el hoy recluso de Barbadillo complotaron contra Castillo y son cómplices de la “oligarquía”.

Cuando niega el golpe de Estado de Castillo y tilda de “farsa” su legítima destitución, AMLO insulta también a la inteligencia de millones de peruanos que lo vieron en vivo y en directo, aquel 7 de diciembre, anunciar la disolución del Congreso y la instauración de un “régimen de excepción”. En el universo paralelo del presidente mexicano estos hechos nunca ocurrieron, pues siempre están ausentes en su discurso.

Su alucinada reinterpretación de la realidad es también una ofensa para los organismos internacionales y los gobiernos de los países que aquella vez condenaron la ruptura del orden constitucional en el Perú. Incluso, ha llegado a acusar a Estados Unidos de apoyar esa ficticia conspiración contra Pedro Castillo.

Hace unas semanas, AMLO también había arremetido contra el gobierno de Boluarte al señalar que no estaba dispuesto a entregarle la presidencia pro témpore de la Alianza del Pacífico a un gobierno “espurio”. En lo que sí no tuvo ningún reparo fue en entregarle muy sonriente la Orden del Águila Azteca, la máxima distinción que entrega México a los extranjeros, al gobernante de Cuba, Miguel Díaz-Canel.

Los gobernantes autoritarios de nuestra región han tenido y tienen una extraña fijación. Les encanta hablar horas de horas. Algunos con programas propios, otros a través de conferencias de prensa en las que no responden ni transparentan nada. López Obrador ha optado por la conferencia de prensa diaria. Eso quiere decir que en cuestión de horas podríamos volver a tener un desborde de insultos, ofensas e intromisión en asuntos internos de nuestro país. El festival de falsedades tiene para rato.

Héctor Villalobos es editor de Política