(Foto: Hugo Pérez / @photo.gec)
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Andrés Calderón

Más que un debate, la jornada del último domingo pareció una subasta. ¿Quién entregará más pensiones? ¿Quién regalará más bonos? ¿Quién comprará más vacunas? ¿Quién construirá más colegios? Un recital de resultados de ensueño en un país que vive una pesadilla sanitaria, económica y política. Nunca importó el cómo, solo el cuánto.

Por eso, cuando pronunció el infame “he tenido que venir hasta aquí”, me preguntaba si se refería a su inusual visita a Chota, o al populismo que parece haber escogido como su residencia permanente, justo al lado de la vivienda de .

de izquierda versus populismo de derecha. Es una señal de los tiempos actuales, en el Perú y en el mundo.

Uno de los principales contrapesos al populismo electoral es el periodismo crítico. Si un candidato ofrece millones, es deber de la prensa preguntar de dónde saldrá ese dinero. Si un postulante culpa de los males del país a la inmigración, un periodista debería interpelarlo acerca del sustento de su aseveración y refutarle cuando la evidencia no lo acompañe. Es ahí cuando el político populista encuentra a un nuevo opositor a derrotar: la prensa.

Mientras más desprestigiado se encuentre el periodismo en un país, es más fácil para un político acudir al populismo. Se construye, así, una narrativa en la cual la “prensa interesada” pone piedras en el camino hacia la tierra prometida. Los medios son los “enemigos del pueblo” y los defensores del statu quo. ¿Les suena parecido? Este tipo de discurso no es privativo de una tendencia política. Lo usó Trump en EE.UU. y Chávez en Venezuela. Correa y Kirchner antagonizaron con la prensa en su momento, tanto como ahora lo hacen Bolsonaro y Maduro.

Colocar a la en el rol del “adversario” fue parte de la estrategia en la que se refugió Keiko Fujimori después de las elecciones del 2016 y es la misma que han adoptado Pedro Castillo y Vladimir Cerrón en el 2021.

¿Cómo deben responder los medios de comunicación a estos embates? Con lo que saben hacer: con periodismo y no con política.

Cuando un medio de comunicación ingresa al cuadrilátero político y se dedica a hacer campaña a favor o en contra de un candidato, ya perdió la batalla. Y los daños a su reputación trascienden largamente a la duración de una campaña electoral. Desde ese momento, los televidentes, radioescuchas y lectores ya no perciben al medio periodístico como un vocero neutral de la ciudadanía sino como un contendiente más. Un rival interesado al cual se le debe mirar con escepticismo, más aún si su posición aparece a priori como discordante con la propia.

Precisamente, esto es lo que buscan los personajes de poder que quieren mantenerse inmunes al escrutinio público: desacreditar al mensajero para que nadie lea sus mensajes. Una prensa que toma partido le da en la yema del gusto al emisor de los ataques, a quien recubren inconscientemente con una armadura de teflón. Ningún cuestionamiento pegará porque se percibe parcializado. ¿Cómo confiar en la objetividad de un réferi que arbitra con la camiseta de un equipo debajo?

Es la receta de la posverdad que muchos políticos cocinan con los ingredientes involuntarios de algunos periodistas. La verdad, entonces, se relativiza; los datos se convierten en opinión, y las portadas en editoriales.

La tentación a ceñirse los guantes de pelea es grande, sobre todo, cuando se parte de la arrogante pero equivocada idea de que el voto del electorado se define desde una sala de redacción o un set televisivo. No es lo mismo colaborar con la formación de opinión que intentar determinarla. Lo primero combate el populismo. Lo segundo es populismo periodístico.