El resbalón de Lima, por Richard Webb
El resbalón de Lima, por Richard Webb
Richard Webb

Desde hace una década, Lima pierde dinamismo productivo en relación con el resto del país. En el campo, la producción por persona ha aumentado dos veces más que en Lima. En otras ciudades y pueblos chicos, creció un tercio más que en Lima. Me atrevo a proponer una explicación para ese retraso: mientras el resto de las regiones se conecta, Lima se desconecta. 

En casi todo el Perú, la construcción de caminos ha reducido drásticamente el tiempo y el costo de los viajes. Así como la reducción de barreras arancelarias abrió el comercio internacional, la reducción de barreras geográficas gracias a los caminos permitió una multiplicación en el movimiento de mercaderías y de personas a través del territorio nacional. Además, la conexión física de los caminos ha sido acompañada por la conexión de la telecomunicación, produciéndose un crecimiento explosivo en la interacción humana por intermedio del teléfono y de

Pero en ambos casos, caminos y telecomunicaciones, el impacto ha sido desproporcionalmente favorable para las regiones fuera de Lima. La razón está en el punto de partida: en Lima ya existía alto grado de conexión. Podría decirse incluso que la vida conectada es la esencia y la razón de ser de la vida urbana. Los que migran desde el campo y los pueblos rurales lo hacen para acceder al amplio y diverso menú de opciones de trabajo, educativas, sociales y hasta de esparcimiento, que solo pueden existir en una ciudad grande. Es decir, migran para conectarse. 

Lima tenía teléfonos y una abundancia de radios y televisión, y el horizonte de su vida económica no se veía recortado por una falta de caminos, como sucedía en las provincias. Lima, más bien, contaba con millones de potenciales proveedores y consumidores literalmente a la vuelta de la esquina. Fuera de Lima, por contraste, acceder a cualquiera opción que no es parte de un limitadísimo menú local significaba largas horas y altos costos de viaje azaroso. Las distancias y la inexistencia de teléfonos y la limitada llegada de la televisión reducían severamente la esfera del contacto humano. Podría decirse que, hasta hace poco más de una década, en Lima ya existían la luz y los sonidos de la conexión, mientras que el resto del Perú seguía viviendo en oscuridad y silencio. 

escribió en 1929 que, en los Andes, “cada pueblo es una cueva donde el hombre vive preso”, y es en esas aldeas, entonces, donde el efecto potenciador de la nueva conexión ha sido mayor. En Lima, la nueva conexión ha significado prender un foco más, pero fuera de Lima ha sido un cambio de la noche total a la luz. 

Pero no es solo que Lima se ha beneficiado menos de la conexión. Además, ha procedido a dispararse en los pies a través de un monumental mal manejo del tráfico vehicular. En efecto, Lima se ha desconectado. Justo cuando el tiempo de viaje en las provincias se estaba reduciendo a la mitad, en Lima se dobló. Hoy, residentes de distritos alejados del centro, como y Villa El Salvador, pasan dos a cuatro horas al día viajando entre hogar y trabajo. El resultado ha sido reducir la productividad, tanto por las horas perdidas como por la mayor impuntualidad. El resbalón de Lima nos hace un país menos desigual, pero más pobre.