"No hay que ser fujimorista (dudo que alguien me atribuya esa etiqueta) para advertir que la exhibición de la discordia sí estaba nutrida de datos incorrectos y sesgos". (Foto: El Comercio)
"No hay que ser fujimorista (dudo que alguien me atribuya esa etiqueta) para advertir que la exhibición de la discordia sí estaba nutrida de datos incorrectos y sesgos". (Foto: El Comercio)
Andrés Calderón

“Eclipse (del) Solar”, “(Sin) Pantaleón del Solar” y “Pantaleón se volvió visitadora” fueron algunas de las diatribas y chanzas dirigidas contra el ministro de Cultura, , por su intervención en el asunto de la muestra temporal “Resistencia visual 1992” en el Lugar de la Memoria, la Tolerancia y la Inclusión Social () que desembocó en la salida de su director Guillermo Nugent.

Irónicamente, los nuevos críticos del actor utilizaban el mismo estilo de remoquetes que sus detractores primigenios cuando el también abogado recibía el fajín ministerial. El héroe Salvador, que le daba clases de tolerancia al arzobispo Del Río en Arequipa y se ganaba a juventudes con pasos de hip hop, se convertía ahora en el villano Pantaleón.

Se le achaca haber cedido ante las presiones del fujimorismo, al que no le agradaba la muestra en cuestión, y de abrir la puerta al negacionismo y permitir que los posibles interesados –desde Fuerza Popular hasta el Movadef– reescriban una historia que no les resultaba favorable.

Pero, vamos, dejando de lado el tremendismo, no hay que ser fujimorista (dudo que alguien me atribuya esa etiqueta) para advertir que la exhibición de la discordia sí estaba nutrida de datos incorrectos y sesgos. “314.605 mujeres fueron esterilizadas sin saber”, como se lee en uno de los pósteres de la muestra, es una afirmación falsa que ningún investigador sostiene. “El Estado al servicio del capital” y “Privatización fujimori$ta: se remata país con vista al mar”, como rezan otros grabados, distan mucho de ser datos históricos y revelan, más bien, una inclinación anticapitalista.

Me responderán que el arte siempre incorpora sesgos, y la impronta del autor nunca será (ni aspira a ser) imparcial. Y coincido con dichas afirmaciones. No pretendo que el arte y la cultura sean objetivos, pero la subjetividad es una avenida de dos sentidos. Izquierdistas y antifujimoristas aplaudirán la exhibición, los fujimoristas que reivindican la década de los 90 la repudiarán, y quienes no compartimos ninguna de las características anteriores advertiremos que incorpora, cuando menos, un 8% de falsedad ideologizada.

El problema es que el Estado, el Ministerio de Cultura y el LUM se financian con los impuestos del 100% de la población, no solo con aportes de fujimoristas y antifujimoristas. Entonces, si no queremos subjetividad o ideologías con fondos públicos (me pregunto cómo hubieran reaccionado los indignados de hoy si la subjetividad artística en este caso hubiera sido profujimorista), despidámonos del Ministerio de Cultura. Chau, LUM. Que cada uno, con su plata, construya su museo o arme su galería y le meta su particular interpretación de la historia.

Aun reconociendo los problemas inherentes al financiamiento público del arte, creo que el fomento de la cultura genera externalidades positivas similares a las de la educación que justifican la promoción estatal y aprender a convivir con las controversias que este tipo de museos siempre van a provocar. Por ello, acepto también que el ministro de Cultura le meta un poco de su subjetividad para intentar hacer más “objetivo” o “inclusivo” el Lugar de la Memoria, admitiendo que jamás va a complacer a todos.

Si sacrificar un poco de la subjetividad anticapitalista o antifujimorista de algunos artistas ayuda en algo a consolidar o por lo menos garantizarle más años de vida a un lugar público que permita enseñarle a futuras generaciones datos incontrovertibles de la historia (como el terror de Sendero Luminoso, o la corrupción y violaciones de derechos humanos cometidos durante el régimen de Fujimori-Montesinos), lo tolero. Después de todo, el LUM también incluye ‘tolerancia’ en su nombre, ¿no?