"Si en vez de fotos miramos la pobreza con una cámara de video, nos sorprenderá un mundo diferente al que imaginamos". (ilustración: Giovanni Tazza)
"Si en vez de fotos miramos la pobreza con una cámara de video, nos sorprenderá un mundo diferente al que imaginamos". (ilustración: Giovanni Tazza)
Franco Giuffra

Con este título, el diplomático estadounidense Lawrence Harrison publicó un libro en 1985 que resumía sus aprendizajes sobre las variables claves del desarrollo. Luego de 20 años como director de misiones de Usaid en países latinoamericanos, Harrison ofrecía sus conclusiones desde el punto de vista de la experiencia.

Según él, la clave que distinguía, por ejemplo, el desarrollo de Hong Kong y el subdesarrollo de México era la “cultura”. Una mezcla de valores y actitudes que perpetuaban instituciones sociales y económicas que limitaban el progreso y castigaban la innovación.

En particular, al centro de esa “cultura” del subdesarrollo, destacaba por entonces la aceptación difundida de la teoría de la dependencia. Una variante de la sociología de la pobreza que sostenía que la causa del subdesarrollo eran las relaciones de dependencia con las potencias imperialistas.

Para decirlo con un término popularizado por Thomas Kuhn en su libro “La estructura de la revolución científica”, aquello era un paradigma. Esto es, no solo una concepción particular del mundo sino, más importante aun, un cerco mental que establece de modo limitante la relación de problemas que es posible solucionar.

Para aterrizar en el caso peruano, recuérdese la mentalidad prevalente respecto de las instituciones económicas antes del primer fujimorismo.

Por entonces, el paradigma del “valor estratégico” mantenía al Estado Peruano en la operación de trenes, puertos, aerolíneas comerciales, laboratorios médicos, supermercados, producción y distribución de alimentos, empresas de telecomunicaciones y varias actividades más.

La privatización, con todas sus imperfecciones, desbarató casi completamente ese esquema mental, sin que el país sufriera ningún menoscabo “estratégico”, sino todo lo contrario.

De la misma forma se desarticuló el pensamiento asistencialista que protegía abusivamente a los inquilinos frente a los propietarios, limitando la inversión en viviendas. Se deshizo el esquema de la “ley del inquilinato” y la construcción floreció, para beneficio de todos.

Otros ejemplos de valores paradigmáticos que limitaron nuestro desarrollo han sido la sustitución de importaciones, el control de cambios y la regulación de precios. Hoy el país tiene una importante apertura comercial, las divisas se negocian libremente y los precios en general no tienen control. Y estamos mejor.

Todos estos cambios acarrearon en su momento la pérdida de rentas, reales o impuestas artificialmente, para algunos sectores. Por supuesto que hubo perdedores, pero la comprobación posterior del impacto económico positivo de estas “revoluciones” ha sido largamente beneficiosa.

Con el esquema mental prevalente, suena casi imposible escuchar ahora que alguien defienda aranceles de 100% o un precio máximo para el pan francés. Aunque no faltan los rezagos conceptuales que todavía quisieran imponer un tope a la tasa de interés.

Todo lo anterior viene a cuento respecto de las pocas grandes reformas económicas que tenemos pendientes. En particular, la reforma laboral. En este punto, seguimos atrapados en el paradigma conceptual de la “defensa del trabajador”, no obstante la evidencia internacional de que los mercados laborales relativamente más libres son mejores para mantener y crear nuevos empleos, en mejores condiciones para los trabajadores.

En esta materia, no sorprende tanto la posición atávica de los defensores del subdesarrollo (son casi los mismos que postulaban el carácter estratégico de la Empresa Nacional de Ferrocarriles), sino la falta de emprendedores políticos que postulen lo contrario.

Es una lástima que para la revolución laboral que necesitamos no exista hoy un solo político que se sienta capaz de impulsarla. Como buen paradigma, la cosa ni siquiera se discute. Una mala señal de que seguiremos anclados por mucho tiempo en otro de los esquemas mentales del subdesarrollo. En esta materia, el gobierno de PPK ha sido una decepción.