Casi un cuarto de limeños pasa dos horas al día en el tráfico - 1
Casi un cuarto de limeños pasa dos horas al día en el tráfico - 1
Richard Webb

Casi de un día para otro, el mundo ha decidido vivir apretado en ciudades. Es quizás el cambio más grande y más abrupto en la vida humana. Hace un siglo, apenas diez o quince por ciento de la población mundial vivía en ciudades. Hoy, la proporción es más de la mitad y el huaico migratorio es tan masivo que, para fines de este siglo el poblador del campo será una especie en extinción. Teniendo tanto espacio y tanta belleza natural para gozar en nuestro planeta, ¿por qué nos apiñamos en una pequeñísima fracción de ese territorio?

No se trata de una buena imagen de la ciudad. Todo lo contrario. Si de márketing se trata, todos viviríamos en el campo. El poeta Juvenal describió los horrores de la vida en la Roma Antigua, incluyendo el alto costo de vida, el estrés, la inseguridad en las calles, los borrachos, la bulla y las bacenicas llenas que se tiraban a la calle desde las ventanas. El líder hindú Mahatma Gandhi dio eco a la casi universal imagen negativa diciendo: “La verdadera India se encuentra no en algunas ciudades sino en sus 700.000 aldeas” y “ El crecimiento de la nación depende no de ciudades sino de sus aldeas”.

Pero lo que manda no es la imagen sino la realidad productiva. El progreso de la agricultura ha sido tan extraordinario que, donde antes se necesitaba la presencia de casi toda la población en la chacra, ahora basta una pequeña proporción. El resto queda libre para tareas como producir ropa, ser carpinteros o educadores, y el mejor lugar para toda esa actividad es la ciudad. Por eso, como explica el economista Edward Glaeser en su obra “El Triunfo de la Ciudad”, la verdad es al revés: la urbanización y la prosperidad caminan en paralelo.

Comparando países se descubre que 10% más de proporción urbana significa un 30% de más ingreso. Y en los países mayoritariamente urbanos el ingreso es casi cuatro veces más alto que en los países con mayoría rural. El motor de la productividad urbana es la proximidad. La cercanía y la interacción facilitan la producción física y, sobre todo, facilitan la fertilización colectiva de conocimientos e ideas. Vivir apretados resulta ser una fórmula para el aprendizaje y la innovación.

La productividad del apretamiento humano tiene mucho que ver con la distribución de los ingresos en el Perú. En el año 2004, subir apenas un escalón en la escalera distributiva –pasando del campo a ser trabajador en algún negocio privado de un pueblito– significaba doblar el ingreso. Pasar de allí hasta Lima significaba doblar nuevamente el ingreso. La productividad y el ingreso del limeño serían cuatro veces mayores que los del trabajador rural. Sin duda, se trata de diferencias que seguirán impulsando la migración.

Sin embargo, según los datos más recientes, Lima viene perdiendo su ventaja productiva. Lo que en el 2004 era una superioridad productiva de cuatro veces, se ha reducido a tres veces. Al mismo tiempo, el aumento del ingreso limeño desde el 2004 ha sido de apenas 2,7% al año, tasa inferior a la de otras ciudades y apenas la mitad del 5,3% del ingreso rural. ¿Será un exceso de apiñamiento? Mi explicación es otra. Las ventajas urbanas no son automáticas. Necesitan una buena gerencia de los instrumentos que sustentan la cercanía y la conexión, en especial el buen transporte.