Chicha morada, por Carlos Meléndez
Chicha morada, por Carlos Meléndez
Carlos Meléndez

Julio Guzmán es –sin lugar a dudas– el ‘outsider’ de este verano electoral. Sorprendentemente ha logrado escalar del 0,5% (en diciembre) al 18% en la intención de voto y es quien tiene mayores chances de hacerle una segunda vuelta competitiva a Keiko Fujimori. El impasse que tuvo con las autoridades electorales –aparentemente resuelto– le resultó beneficioso a la larga. Le dio publicidad positiva gratuita en los noticiarios de cobertura nacional: le permitió lucir como un novel retador al ‘establishment’ político (y electoral), luchando en contra de “dinosaurios” tradicionales. ‘Small is beautiful’. Sin embargo, sería absurdo pensar que es un fenómeno de masas apasionadas movilizadas por un neocaudillo latinoamericano. Guzmán ha construido una candidatura chicha, mucho más precaria y vulnerable de la que sus seguidores están dispuestos a aceptar.


Guzmán no es producto de nuestros afectos, sino de nuestros desafectos. Es quien –por el momento– mejor puede aglutinar al voto antifujimorista. Atrae más ‘keikohaters’ que ‘juliolovers’. Pero los ‘antis’ en el Perú no tienen dueño, ni partido, ni candidato fijo. Son el alma en pena de la volatilidad electoral. En circunstancias en que el fujimorismo ha mostrado cohesión y resistencia, el antifujimorismo migra con promiscuidad. Ya les pasó a Luis Castañeda, Alberto Andrade y Alejandro Toledo en el verano del 2000. Hoy, Verónika Mendoza y Alfredo Barnechea buscan arrebatarle a Guzmán el monopolio del antifujimorismo, radicalizando sus posiciones en contra del proyecto naranja. El electorado de Guzmán es prestadito nomás.


Guzmán como ‘outsider’ tampoco mete miedo. ‘Outsiders’ afortunados en el Perú llegaron a bordear el 30% del electorado en su primera vez: Alberto Fujimori en 1990 y Ollanta Humala en el 2006. Pero en el primer caso, estábamos en un contexto de crisis generalizada donde la aversión al riesgo había desaparecido; y en el segundo teníamos al frente a un radical verde-olivo en el mejor momento del chavismo internacional. Guzmán, por el contrario, es un ‘outsider’ de laboratorio, con más tino en el mundo virtual de Facebook que en la realidad de las ideas-fuerza. Así, asentar este vendaval de apoyo inusitado es complicado cuando no se cuenta con los recursos políticos para administrar su destino. No cuenta con voceros ni con escuderos cuajados y su lista parlamentaria es una de las más neófitas que recuerdo de competidores con expectativas desde 1990.


Guzmán como ‘antiestablishment’ es oportuno. Su mérito –hasta ahora– ha sido saber capear el temporal de ataques sonsos. (Aunque el paso de Guzmán por el gobierno ha sido inocuo, ¿acaso no se dan cuenta de que no hay mejor prueba de ser antifujimorista que haber apoyado al dúo Humala-Heredia?). No solo es “nuevo” sino que apuntala una crítica al Estado donde más resonancia causa: la educación superior. Pero no supera la valla mental del tecnócrata de Metropolitano. Su equipo puede crear el viral de la próxima semana, pero es incapaz de una maniobra política limpia de torpezas. Le urge entablar pactos políticos de trascendencia o alianzas fructíferas que le permitan consolidar su capital hasta ahora ganado. Ello significa que su éxito dependerá de cuánto los antifujimoristas estén dispuestos a tolerar para no ver a Keiko Fujimori en Palacio. Guzmán y su entorno, por sí solos, son demasiado chicha, que hasta podrían perder su color morado por negligencia.