Ciudad de la furia, por Patricia del Río
Ciudad de la furia, por Patricia del Río
Patricia del Río

A la mujer golpeada el primer puñetazo la hace llorar, después de varios meses se resigna a esperar que el próximo duela menos. A los medios de comunicación, los primeros accidentes de tránsito que cobran muchas vidas los conmocionan, cuando estos se vuelven noticias de todos los días pasan de la portada a la última página.¿Horrible? Sí, pero cierto, porque demuestra que, si bien los seres humanos tenemos una enorme capacidad adaptativa, esta puede convertirse en una dañina resignación que no borra el problema, sino que, en la mayoría de casos, lo agranda. El dolor del puñetazo, la vida que se pierde en el accidente siguen ahí con todo su dolor, pero ya no nos horrorizan. Se instalan entre nosotros como esos dolores crónicos que sabemos que no se van a curar.

Hace unos días el antropólogo Jaris Mujica reflexionaba sobre por qué nos sentimos inseguros los peruanos. En su interesante análisis hacía hincapié en que los ciudadanos no se sienten inseguros solo en virtud de los delitos de los que son víctimas o testigos. De hecho los índices de criminalidad han bajado en los últimos años. Los ciudadanos nos sentimos inseguros por una suerte de factores que hacen nuestra convivencia violenta. Puede que estos no constituyan conductas delictivas en sí mismas, pero nos hacen pensar que no estamos a salvo: la violencia contra las mujeres, el desorden y la ausencia absoluta de instituciones, la falta de empatía, la malacrianza y el insulto fácil acompañan nuestro día a día en calles, redes sociales o medios de comunicación.

El viernes 17 de febrero, Eduardo Romero Naupay, el asesino de Independencia, quitó la vida a cuatro personas e hirió a otras nueve en su recorrido sanguinario. El hecho, como debe ser, nos ha dejado espantados. Sin embargo, para que Romero Naupay actuara con la ferocidad que lo hizo tuvieron que pasar muchas cosas a las que nos hemos acostumbrado y que configuran una sociedad violenta: la desconfianza a la autoridad que provocó el disparo contra el gerente de Fiscalización, la falta de policías que detuvieran su sanguinario recorrido, el caos en el centro comercial fomentado por la mala reacción del personal de seguridad, la ausencia de empatía que hizo que algunos ciudadanos se salvaran usando de escudo a mujeres indefensas, la insensibilidad de quienes se tomaban ‘selfies’ en lugar de ponerse a buen recaudo, son todos ejemplos de una sociedad salvaje en la que nos desenvolvemos diariamente. Una sociedad en la que ya va siendo un milagro que no surjan más sujetos como Romero dispuestos a exteriorizar toda esa furia contenida con la que tenemos que convivir todos los días.