Hasta de un conejo, por Marco Sifuentes
Hasta de un conejo, por Marco Sifuentes
Marco Sifuentes

Hay expresiones que usamos todos los días pero que, cuando nos ponemos a pensar, realmente no tienen mucho sentido. “Antenas de conejo” es una de ellas. Ellas son el símbolo de la señal abierta televisiva, aunque estén a punto de desaparecer y aunque, como es evidente, los conejos no tengan antenas. Los conejos tampoco dan consejos pero aquí va uno que en realidad son dos, que tampoco son propiedad del conejo que esto escribe sino de un par de distinguidos analistas de la realidad

Hace varios meses, Eduardo Dargent planteó una “franja de contenidos” de lunes a viernes. En vista de que la televisión abierta diaria ha renunciado a la política –entendida esta en su definición más amplia–, Dargent propuso una hora en la que todos los medios de señal abierta tengan que programar algún tipo de contenido de fondo.

Dargent plantea que no se trate de noticieros sino de programas políticos, pero parece mejor darle libertad a los canales de elegir. Que ellos vean qué ponen en esa franja. Eso sí, caveat emptor, y esta es una idea esbozada por Aaron Sorkin: esa franja no tiene medición de ráting. Teniendo en cuenta que la medición de sintonía le pertenece a un monopolio, no debería ser fácil de lograr. Si esto no se puede, hay otra salida: esa franja no tiene publicidad. No privada, al menos. Si la preocupación del Ejecutivo es replantear dónde coloca la publicidad, que redirija sus esfuerzos –y su dinero– a esa franja. Equitativamente, a todos los canales por igual, no a los que decidan sobonear al gobierno de turno. Que nuestros impuestos subsidien información de calidad. 

Liberados de la presión de vender anuncios y medir quién “ganó” en el minuto a minuto (que es, por cierto, una de las mentiras estadísticas más grandes de todos los tiempos), los periodistas podrían darse el lujo de olvidar para siempre las notas sobre realities o muertos reventados. Solo habría necesidad de hacer buen periodismo.

Esto, por cierto, rebajaría la presión de la moralina sobre los programas que sí dan ráting. Muchas veces, el hastío que aquellos generan no se debe a su mera existencia, sino a la excesiva cobertura que tienen en los mismos noticieros y programas periodísticos de sus propios canales. Ese hastío los coloca bajo los reflectores moralistas y conservadores que no sirven de nada y solo terminan distorsionando un debate que debe plantearse, siempre, bajo una perspectiva liberal y rechazando cualquier tipo de censura, sea estética, moral o política.

Allí sí funcionaría la autorregulación. No habría ninguna censura ni intervención externa. Ni del gobierno, ni de los anunciantes. La televisión abierta es, claramente, una catástrofe social. No hay una hoja de ruta para salir de la zona de desastre. Pero, quizás, podemos empezar un paso a la vez. Empecemos con una zona liberada para la información de calidad. Dejemos que los periodistas hagan periodismo en vez de hacer ráting. Es solo un consejo.