Hace unos días, en una entrevista publicada en el diario “La Nación” de Argentina, el profesor Robert Klitgaard, un referente internacional en lo que respecta a lucha anticorrupción, decía que para combatir la corrupción sistémica era necesaria una acción colectiva. Pero para que ello suceda, resultaba indispensable que antes “cayera un pez gordo”. De esa manera, la ciudadanía comenzaría a creer que es posible hacer cambios.
Como siguiente paso, Klitgaard recomendaba hacer énfasis en preguntarse lo siguiente: “¿Dónde está el punto débil que nos permita atacar los sistemas corruptos?”. Desde luego, para acercarnos a la respuesta se requiere comprender el sistema que se va a reformar, hacer todas las entrevistas posibles a aquellos que lo integran y lo conocen a fondo, estudiarlo a tal punto de que lleguemos a “entender cómo funciona cada eslabón del sistema paralelo”. Esto, por supuesto, más allá de personas e ideologías.
Después, se tendría que reunir a representantes del Gobierno, Congreso, empresarios y referentes de la sociedad civil en general y mostrarles los resultados. Finalmente, viene, tal vez, la parte más difícil: comprometer a todos los actores para que, en el transcurso de un año, trabajen en la implementación de las mejoras que nos acerquen al objetivo final para romper con ese equilibrio corrupto.
En el Perú, ocasiones no nos han faltado en los últimos años, ya sea por casos como los de Lava Jato o los Cuellos Blancos del Puerto, en los que hemos visto a “peces gordos” caer. También, sabemos de boca de los mismos protagonistas cómo opera un sistema corrupto. Allí están, por ejemplo, las declaraciones de Jorge Barata y Marcelo Odebrecht que narran cómo funcionaba –y funciona– verdaderamente la política en este país o las conversaciones telefónicas de los “hermanitos” que evidenciaron lo contaminado que está nuestro sistema de justicia.
Asimismo, tenemos a una sociedad cada vez más consciente de que con una corrupción campante es imposible llegar al desarrollo. Pero nada se podrá implementar sin un compromiso de por medio; ya que, sin autoridades a la altura del desafío, la meta de romper con ese equilibrio corrupto es una utopía. Cada intento por reformar en los últimos años terminó siendo, en realidad, una oportunidad para maquillar los problemas reales. Basta con ver lo que pasó con las reformas del sistema de justicia o policial.
La situación se agrava con un Gobierno como este, sin rumbo, que, además, tiene cada semana un nuevo escándalo de corrupción. Y también con un Congreso en el que los intereses particulares y partidarios están por encima de los colectivos. En suma, las condiciones necesarias para que, por más que caiga un pez o peces gordos, la corrupción sistémica siga con nosotros por mucho tiempo.