¿Cuotas para hombres?, por Carlos Meléndez
¿Cuotas para hombres?, por Carlos Meléndez
Carlos Meléndez

El discurso de la equidad de género viene ganando terreno en la opinión pública en general (no solo en el país). Se ensayan diversas iniciativas desde los ámbitos políticos, profesionales, académicos y mediáticos para equiparar el posicionamiento de las mujeres en cargos de responsabilidad en una sociedad estructuralmente perjudicial para su desarrollo.

Sin embargo, la exposición pública de la agenda de género no está exenta de críticas. Una de las más comunes señala que dicha nivelación es “artificial” (sic), ya que no “filtra la mediocridad” en la selección de puestos. Según este argumento, las mujeres que ya ocupan cargos importantes no necesitaron políticas de ‘affirmative action’ (por ejemplo, leyes de cuotas de género) pues sus méritos fueron suficientes. Las cuotas –continúa la tesis– jerarquizan la presencia femenina sobre criterios meritocráticos, lo que no garantiza siempre un efecto positivo sobre el bien público.

La estereotipificación de este reproche se fundamenta en el uso indiscriminado de la defensa de género como justificación del pobre desempeño político de algunas mujeres. Revise usted, por ejemplo, cuántas políticas –de izquierda, derecha, fujimoristas y antifujimoristas– han empleado el “se meten conmigo porque soy mujer” para zafar cuerpo a sus faltas en la gestión pública. Aunque es muy probable que efectivamente exista misoginia en varios de sus detractores, el empleo antojadizo de la defensa de género desvirtúa la causa de la equidad social.

¿Qué hacer para trascender la trampa de las cuotas que oponen la equidad de género a la meritocracia?

En un recomendable artículo (“Quotas for Men”, 2014), la politóloga feminista Rainbow Murray evidencia que las cuotas de género tienen un sesgo latente pro mujer. Considera reformular estas cuotas implícitas (para mujeres) por cuotas explícitas para hombres. Ello implica reemplazar el foco de las políticas públicas destinadas a subsanar la falta de representación femenina por aquel centrado en disminuir la sobrerrepresentación masculina. No es un juego de palabras sino un cambio que atiende a las deficiencias de sociedades patriarcales, más allá de discursos políticamente correctos. El objetivo –para Murray– es evitar concebir a la mujer como ‘el otro’ de una cultura dominantemente masculina.

Según la feminista, la cuota para hombres tiene varios beneficios. Primero, transforma la noción de que la constante sobrerrepresentación masculina es un producto de la meritocracia. Los hombres que ocupan puestos de responsabilidad no están ahí necesariamente por sus capacidades, sino por la reproducción de un sistema desigual.

Segundo, reduce el estigma de ser una cuota femenina en mujeres que acceden a cargos públicos a través de estas normativas políticamente correctas. Agregaría que este cambio radical de enfoque permite salir de la trampa señalada al rejerarquizar lo meritocrático por sobre el género.

Además, las cuotas para hombres invalidan la excusa de mujeres que escudan sus carencias meritocráticas en el discurso de género. El objetivo, finalmente, es producir una representación política –sustantiva y simbólica– que haga justicia a las demandas de todos.