Democratización interrumpida, por Carlos Meléndez
Democratización interrumpida, por Carlos Meléndez
Carlos Meléndez

El fujimorismo es la identidad política positiva más importante del país. Existen otras identidades políticas (negativas) de mayor tamaño –el antiaprismo y el antifujimorismo, en ese orden–, pero menores en consistencia: carecen de la estructura orgánica que erige Fuerza Popular (FP) en un contexto agreste para la construcción partidista. Este partido se levanta sobre dos pisos. El primero –albertista– reivindica y justifica hechos que claramente vulneraron la democracia y la institucionalidad política en la década del noventa. El segundo –keikista– trata de desestigmatizar su pasado, pero –en su afán de representar el ‘anti-establishment’– replica el populismo y el pragmatismo nocivos para las formas democráticas.

Keiko Fujimori (KF) está construyendo un partido populista como estrategia para representar un mundo popular informalizado, sin organizaciones intermedias. Es una empresa bastante arriesgada porque implica lidiar con la ilegalidad que gana terreno en estos espacios. El Perú profundo, (no tan) lejos de la Lima moderna, viene fragmentándose en “reinos feudales” de mineros ilegales, traficantes de tierras, lavadores del narcotráfico. El desenlace es complicado: puedes cooptarlos, neutralizarlos o terminar siendo atrapado por ellos. Para una organización joven como FP, la probabilidad del último escenario es mayor, y esa fue la imagen que primó en las últimas semanas de campaña.

La estrategia populista de articulación pragmática de ‘brokers’ políticos no es la única forma de pretender representar a los marginales. (La izquierda confía en una representación más corporativa de la “sociedad civil”). KF optó por el camino más atrevido, confiando –intuyo– en que desde el Estado tendría mayor control de sus aliados locales. Como señala Jaime de Althaus, el acceso al Ejecutivo hubiera sido la gran oportunidad de demostrar la naturaleza democrática de FP. Particularmente, de lograr una conversión formal de la lumpenburguesía, dominante en el ‘anti-establishment’ social. Hoy en el Perú solo el fujimorismo y la izquierda –cada cual a su estilo– tienen la voluntad de hacer política en las arenas movedizas ‘anti-establishment’.

La reputación democrática de las élites se gana con el respeto a las reglas de juego a lo largo del tiempo. De hecho, como demuestra James Loxton, normalmente los partidos de origen autoritario regresan al poder en democracia. En América Latina, solo en dos casos dichos retornos han significado retrocesos en la democratización de regímenes –Daniel Ortega en Nicaragua y Joaquín Balaguer en República Dominicana–. Las dirigencias fujimoristas tienen incentivos –en el balance de poderes– para consolidar un prestigio democrático. Paradójicamente, los colectivos antifujimoristas juegan un rol positivo en dicha tarea, presionando por gestos y acciones que completen la “moderación” de FP.

Sin embargo, la inclusión política y posible democratización del mundo ‘anti-establishment’ –por la vía fujimorista– se ha interrumpido. A la vez, las clases medias y las nuevas generaciones –más exigentes en valores democráticos– son reacias a dicho proyecto. El reto para FP es articular una agenda multiclasista que sea, a la vez, el cerco a los peligros intrínsecos al populismo.