El día del otro trabajo, por Rolando Arellano
El día del otro trabajo, por Rolando Arellano
Rolando Arellano C.

Hoy se festeja en el mundo el Día del Trabajo, conmemorando el logro de la jornada de ocho horas por los obreros de Chicago hace más de un siglo. Como muchos de los temas que nos llegan de fuera, esa celebración se ajusta a un grupo de nuestros ciudadanos, pero necesita una óptica distinta para adaptarla a la mayoría de los trabajadores peruanos y latinoamericanos. Esa mayoría que trabaja de manera independiente, sin horarios, sin patrones y sin días de descanso programado.

Sin duda a estos independientes les gustaría trabajar ocho horas diarias, y mejor si fueran 35 a la semana, con cinco semanas de vacaciones al año, como algunos obreros europeos. Pero su realidad es que, cuando tienen suerte, trabajan diez horas, siempre que no sea el bodeguero del barrio, que abre a las 6 a.m. y cierra a las 11 p.m., siete días por semana. Eso, si a la 1 de la mañana del domingo un vecino no le toca la ventana porque se acabó la cerveza en la fiesta.

Por cierto, esta mayoría de trabajadores no puede celebrar la reivindicación de su derecho ante sus jefes, pues sus jefes son ellos mismos, y no pueden hacerles marchas de protesta. Más bien deben escuchar al sindicato de su cónyuge e hijos, reclamándole más tiempo para ellos. Salvo que su negocio sea el restaurante donde la esposa cocina, el marido hace la logística y los hijos mayores atienden a los comensales. Allí nadie manda a nadie, o más bien todos mandan a todos.

Y si la reivindicación básica del 1 de mayo fue dividir el día en tres (un tercio para trabajar, otro para divertirse y uno para descansar), la división resulta difícil para nuestros paisanos. Porque muchos trabajan en el mismo lugar donde viven, y su descanso es relajarse con los amigos, que son a la vez clientes, mientras siguen haciendo su soldadura o sus bordados. 

Más aun, siendo la jubilación una de las grandes conquistas de los trabajadores del mundo, para la gran mayoría de nuestros esforzados trabajadores hasta la palabra ‘jubilarse’ causa intriga. Para ellos, lo hemos visto en nuestras investigaciones, es difícil pensar que se puede dejar de trabajar y seguir recibiendo dinero. Si nunca lo vieron en sus padres o abuelos, que murieron en el taller, ¿a quién se le ocurre que eso es posible? Dura tarea para los fondos de pensiones.

En fin, el gran esfuerzo de los peruanos no dependientes, 60% de nuestros trabajadores, que laboran en su quiosco, taller, vehículo, consultorio, despacho, o en la calle misma, merece ser reconocido y festejado en este y otros días. Pero tal como se ha hecho con los dependientes, merecen igualmente que como sociedad busquemos formas para hacer que sus condiciones de trabajo sean más llevaderas. Feliz 1 de mayo.