De las 100 recomendaciones que en diciembre del 2016 presentó la Comisión Presidencial de Integridad, 70 no se han implementado aún, ya sea por el Ejecutivo, el Congreso o el sector empresarial. (Ilustración: El Comercio)
De las 100 recomendaciones que en diciembre del 2016 presentó la Comisión Presidencial de Integridad, 70 no se han implementado aún, ya sea por el Ejecutivo, el Congreso o el sector empresarial. (Ilustración: El Comercio)
Rolando Arellano C.

Ante el escándalo de Odebrecht, las diversas partes de la sociedad, ciudadanos, políticos y empresarios, han comenzado a echarse la culpa del problema de la corrupción. Nada bueno resultará de ese juego de pase de responsabilidades si no entendemos que la corrupción es un elefante que se pasea por nuestro hogar rompiendo cada día muebles, ropas y vajilla, pero al que solo le damos relevancia cuando destroza las ventanas y sale de la casa.  

Ciertamente la corrupción ni es nueva ni solo peruana. Ella se ve en testimonios griegos y romanos, en juicios de virreyes ingleses y españoles, en los casos de dictadores en el mundo y en la industria armamentista de siempre. Y por algo sería que los antiguos peruanos se saludaban con un ama sua, no seas ladrón, y que el antiguo testamento hable que Adán y Eva aceptaron la manzana que les dio la corruptora serpiente.  

Pero lo grave no es solo que exista corrupción desde siempre y en todo lugar, sino que la suframos diariamente en el trámite en el municipio y el ministerio, en la relación con el policía y en la compra de las entradas para el partido, sin escandalizarnos por ello. Solo ese conformismo puede explicar que, aunque el elefante de la corrupción toque frecuentemente a más de 1 de cada 5 peruanos y al 40% de los empresarios de la pequeña empresa (según Ipsos, Proética, el Banco Mundial y nuestras investigaciones), nos preocupemos únicamente cuando aparecen casos como el de Odebrecht o Montesinos. Solo hablamos fuerte cuando el paquidermo da un salto y rompe el automóvil, olvidando que no es un hecho aislado, sino la consecuencia de haberlo dejado crecer tranquilamente en nuestro hogar. 

¿Qué aprendizajes podemos sacar de esta situación? El primero es que debemos luchar para que la gran corrupción sea castigada para que sirva como ejemplo de que ella pone en riesgo el dinero y el poder mal obtenidos, además del honor familiar y la libertad de los implicados. Pero el más importante aprendizaje es que es indispensable luchar contra la pequeña corrupción diaria, que constituye la parte gruesa de esos diez mil millones de dólares que dicen los estudios que pierde el país anualmente por el paquidermo, y que además lo alimenta desde chico.  

Así, esta declaración no quiere ser una más de aquellas que piden a las autoridades que corrijan el tema, sino que plantea que la verdadera solución está en nosotros. Pues solo cuando los ciudadanos, usted señor lector y yo, asumamos nuestra responsabilidad y nos comprometamos a rechazar y a denunciar la corrupción de cada día, ama sua, impediremos que el elefante crezca y haga desastres mayores. Y entonces políticos, empresarios y funcionarios no tendrán más opción que seguirnos.