Entrar en la universidad ya no es cosa de locos, R. Arellano
Entrar en la universidad ya no es cosa de locos, R. Arellano
Rolando Arellano C.

Este año la educación superior entra a una nueva etapa, pues la oferta está dejando de dominar y estudiantes y padres tienen mayor capacidad de decisión.

Eso es bueno para todos, excepto para las instituciones que no se preocuparon por la calidad de su producto. Veamos.

La primera etapa de la educación superior en América Latina, que llamaremos de demanda insatisfecha, duró desde la fundación de las primeras universidades en el siglo XVI, hasta hace unos años. Allí, las pocas instituciones existentes no se preocupaban en atraer alumnos, porque ingresar a ellas era muy difícil o, como dice la canción, “una cosa de locos”. 

La fuerza de esas instituciones declinó hace unos 20 años, con la explosión de la oferta, etapa en que se liberalizó el sector y aparecieron decenas de nuevas instituciones de todo tipo. Allí surgió una nueva locura, pues todas las universidades, pequeñas y grandes, precarias y bien financiadas, y tanto las “fáciles” como las que cuidaban la calidad, crecieron explosivamente. 

Pero hoy empieza a pasar esa locura y aparece una etapa de empoderamiento de la demanda, donde la oferta se acerca a lo demandado y los estudiantes pueden escoger a qué institución ingresar. Pero más importante aun, ya se puede ver si la inversión que hicieron las primeras familias dio los frutos esperados; es decir, mejorar la vida de sus egresados. Hoy los padres ya saben si el título que obtuvieron sus hijos o los hijos de sus conocidos, en tal o cual institución, les sirvió para progresar o si es un cartón que cuelgan en su taxi. 

En esta nueva etapa se inicia entonces una competencia mayor entre instituciones, pues empiezan a ser escogidas, o rechazadas, por la calidad de sus profesores, la utilidad de sus programas, la pertinencia de su investigación o sus facilidades de infraestructura. Y así, mientras las que buscaron ganancias inmediatas y no se preocuparon por la calidad de su trabajo empiezan a perder alumnos, las buenas universidades, sin importar si son privadas o públicas o con o sin fines de lucro, ven un ligero crecimiento. Hoy ya se puede aplicar la esencia del márketing, que dice que en un mercado competitivo la verdadera calidad, fortaleza y futuro de una institución no se mide por su número de clientes, sino por cuántos le son leales y la recomiendan.

¿Eso significa que desaparecerán las malas universidades? No, pero les será más difícil ser rentables, y se favorecerán las buenas y preparadas. Y por cierto, ahora que entrar a la universidad ya no es cosa de locos, será más fácil para los entes rectores controlar la calidad de la educación brindada, pues tendrán la colaboración de padres y estudiantes, y de las reglas del mercado.