Estilachos, por Patricia del Río
Estilachos, por Patricia del Río
Patricia del Río

Alejandro Toledo inauguró el estilo engolado. Cada palabra, cada gesto, cada mirada venía acompañada de tal dosis de afectación que, lo que al comienzo daba risa, terminó proyectando desconfianza. Ese tono de voz grave y profundo le restó naturalidad y lo convirtió, como a los malos actores, en alguien que todo el rato nos recordaba que estaba representando un papel.  En alguien que se escondía tras un personaje para no mostrarnos su verdadero yo, que probablemente nos hubiera gustado menos aun que el impostado.

Le siguió Alan García Pérez, que el día que atravesó Palacio de Gobierno infló el pecho, inhaló profundo y así se quedó, sin exhalar, durante cinco años. Una mezcla de su tamaño con su personalidad le hacían sostener la mirada siempre por encima del peruano promedio. Hablaba con autoridad pero todos sus mensajes terminaban cargados de una pretensión de trascendencia que lo alejaban del ciudadano. El estilo, que tantos réditos le había dado en los estrados de los mítines, se estrellaba contra un público, joven, rápido, acostumbrado a tutear a un premio Nobel desde el Twitter.

Después llegó Ollanta Humala con sus formas toscas y militares, con su incapacidad para explicar sin gritar, sin ningunas ganas de sonreír y con mucha disposición para el ‘carajo’ fuera del lugar. Fueron cinco años de caras largas y gestos adustos. Parece que el presidente  delegó en su señora la función de sonreír, porque  los ciudadanos a él nunca le vimos los dientes. Nunca lo vimos distendido. Nunca lo vimos siquiera relajarse un poquito.  

Como para variar un poco, ahora tenemos un presidente que ríe en los momentos menos esperados. La prensa le pregunta por alguna metida de pata de sus ministros y ríe. Lo critican por hacer calistenia en Palacio y se carcajea. Lo interrogan sobre la píldora del día siguiente y entre ahogadas risotadas le toma el pelo al cardenal. ¿Está bien que PPK se mofe de todo? ¿Es correcto que se salte las formas y se muestre de manera espontánea frente el ciudadano? ¿Debería ser más cuidadoso con sus declaraciones y sus bromas? 

El tiempo y las circunstancias demostrarán si los ciudadanos están dispuestos a reír con él, pero lo que parece claro es que hasta ahora el estilacho jocoso no le ha traído mayores problemas. Sin embargo, no hay que descuidarse: este es un país complejísimo con mil problemas por resolver. Un poco de risa no le viene mal a nadie, pero todos estaremos con más ganas de celebrar las carcajadas del presidente si estas vienen acompañadas de resultados tangibles. 

Veremos.