(Foto: Bryan Albornoz)
(Foto: Bryan Albornoz)

El viernes se celebró, como todos los años, el Día del Maestro. Inevitable recordar a todos aquellos que nos marcaron en los años de formación, sea por sus dotes personales, su talento y conocimiento, o sencillamente por su bondad. Este viernes, sin embargo, mi mente estaba enfocada en la historia de María Vidal, profesora de un colegio unidocente en las alturas de Shongohuarco (Áncash), y de Erik, su único alumno.

¿Qué fuerza puede mover a una profesora (con 24 años de carrera docente) a levantarse a las 4 de la mañana para, después de preparar la lonchera a sus hijas, trasladarse en combi y caminar por otros 40 minutos para llegar a una escuela perdida a 3.400 metros de altura y dedicarle sus fuerzas y talento a un solo niño de 8 años? Lo responde ella, en la nota publicada por este Diario: “Quiero enseñarle al niño, para que sea alguien en la vida”.

La Sra. Vidal tal vez no sea el único caso, entre los más de 37.400 colegios unidocentes y multigrados que hay en el país, donde una profesora le dicta clases a un solo alumno; pero ciertamente es una luz de esperanza en el drama cotidiano que es nuestro sistema de educación pública. Y es que, si bien hemos mejorado relativamente poco en los últimos años, estos avances no se correlacionan con la inversión realizada en el sector.

En el lado de las leves mejoras, encontramos los datos de las pruebas PISA: entre el 2009 y el 2015 mejoramos en ciencias de 369 a 397 puntos, en matemáticas de 365 a 387 y en competencia lectora de 370 a 398; pero en términos relativos, los resultados fueron mixtos. En el ránking del Foro Económico Mundial, que nos mide contra 137 economías, nos encontramos en el puesto 129 en calidad de la educación primaria y 124 en la calidad del sistema educativo, levemente mejor que en el 2009 cuando, sobre 133 países, nos ubicábamos en los puestos 131 y 130, respectivamente.

Frente a dichas leves mejoras, el gasto por alumno y el presupuesto total del sector se han multiplicado de manera sustancial: el gasto por alumno pasó de los S/1.287 en el 2007 a los S/3.673 en el 2015, un incremento de 285%. De igual manera el presupuesto (PIA) se incrementó entre el 2007 y el 2018 en 322% (561% en el período 2000-2018). No existe proporción entre el monto invertido y gastado, y los resultados percibidos.

¿Significa esto que el gasto fue innecesario o equivocado? Por supuesto que no; es muy probable que las brechas entre lo mínimo indispensable para apalancar mejoras y la realidad de hace unos años exijan un shock de inversiones brutal. No obstante, es inevitable preguntarse cuáles fueron los objetivos centrales (en el uso de dichos recursos), y –más importante aún– si no existían mejores rutas hacia la mejora en la calidad educativa.

La historia de la profesora Vidal es una muestra de lo que un profesional enfocado y dedicado puede hacer por nuestros niños. Si nuestra regulación laboral se mantiene igual, solo una revolución educativa podrá blindar en mejor medida a los jóvenes del mañana, quienes enfrentarán la automatización, la robótica y la inteligencia artificial. Ante esto, no interesan los guarismos del gasto, solo los resultados del aprendizaje y su aplicación productiva.