Hamburguesas y política, por Rolando Arellano
Hamburguesas y política, por Rolando Arellano
Rolando Arellano C.

En el sector empresarial existen múltiples casos donde se ha visto que los ataques indiscriminados a los competidores resultan dañando a toda la industria y beneficiando a quienes están fuera de ella. Las agresiones indiscriminadas entre grupos políticos que vemos hoy en el país muestran que ellos no se han dado cuenta de este fenómeno.

La literatura sobre estrategias de negocios cuenta que hace algún tiempo se dio una gran pelea entre grandes empresas del mercado estadounidense de . Una quiso ganar preferencias con publicidad que decía que las hamburguesas de su competidora no eran frescas como las suyas, sino que usaban carne congelada. La aludida replicó que así se conservaban frescas, porque eran 100% carne y no 30% grasa como su rival. La respuesta de esta fue que su carne contenía la grasa natural y era cocida de manera sana en parrilla, y no en la menos saludable plancha, como su competidora. Y siguieron varias idas y vueltas de esas agresiones. 

Disculpando la banalidad de la comparación, algo similar ocurre en la política de nuestro país, donde las agresiones entre políticos son cada vez mayores en tono e intensidad. Uno le dice al otro payaso, este replica que no es mentiroso como el primero, aquel contesta que no es ladrón como su atacante, quien le muestra pruebas de que fue un corrupto, y así una agresión sobre otra. 

La moraleja de la guerra de las hamburguesas se da al responder quién ganó la guerra. ¿La empresa que empezó la pelea? ¿La que contraatacó? Como bien lo supone el lector, ninguna venció, pues ambas perdieron: la gente disminuyó su consumo de hamburguesas. ¿Quién querría comer un producto del que se señalaban tantos defectos?

Y en el tema político peruano de hoy, ¿quién gana? ¿El que inicia la gresca, sea gobierno u oposición, ingenuamente pensando que el otro no se defenderá? ¿El que contraataca porque no tiene otra forma de negar su falta? Evidentemente aquí tampoco gana nadie y, por cierto, todos los contrincantes pierden, al llevar aun más abajo su pobrísima reputación de políticos. 

Todo esto sería un problema sin mayor importancia si afectara solo a los implicados, que se suicidan agrediéndose mutuamente. Pero en la guerra de las hamburguesas no solo perdieron quienes pelearon, sino toda la industria de comidas rápidas, que fue contaminada por el escándalo. Se perdieron así miles de puestos de trabajo, sea de las implicadas como de muchas empresas serias y responsables del sector. Más o menos lo mismo que vemos hoy en el país, donde los desagradables e inútiles pleitos de nuestros políticos contaminan a toda la sociedad, lo que disminuye las inversiones, atrasa los proyectos y asusta a los ciudadanos. 

Y vale mencionar un fenómeno adicional: la gente que dejó las hamburguesas empezó a comprar más pizzas y comidas para preparar en casa. Muy cerca a lo que se observa en nuestro tema, en que cada agresión entre los políticos los saca un poco más de su propio juego y les abre una ventana más grande a los ‘outsiders’. Entre ellos a muchos supuestamente no políticos que nadie hubiera considerado antes como opciones de voto, pero que hoy, por la miopía de los otros, se convierten en deseables. Pésima estrategia.