Un hombre sin convicciones, por Patricia del Río
Un hombre sin convicciones, por Patricia del Río
Patricia del Río

Hay cierto grado de predictibilidad que resulta absolutamente necesario para que la convivencia sea posible. ¿Se imaginan vivir al lado de alguien que nunca saben cómo va a reaccionar? ¿O trabajar entre personas cuyos comportamientos siempre resultan una sorpresa? ¿Existiría el márketing si los que nos intentan vender cosas no pudieran calcular con cierta certeza cuál va a ser nuestra respuesta a determinados estímulos? La originalidad siempre es bienvenida y es una característica maravillosa, pero cuando estamos frente a alguien cuyo comportamiento es un misterio, entonces no estamos frente a alguien “creativo”, sino frente a una persona indecisa, con una personalidad débil. 

Y, claro, no es lo mismo tener a un amigo o conocido inconsistente, a tenerlo como presidente y depender de sus erráticas decisiones. Y eso es lo que nos ha tocado a los peruanos desde que llegó a Palacio de Gobierno: cuando nadie pensaba que iba a apoyar el proyecto Conga, en virtud de sus promesas electorales, el presidente salió con un “Conga va” que dejó a todos boquiabiertos. Cuando se planteó la posibilidad de indultar a Fujimori, no supimos hasta el último minuto cuál sería la decisión del presidente. Un día salió con que quería comprar y después el tema se desinfló sin mayor explicación. Cuando estalló el conflicto en , el presidente pasó de su clásico “Tía María va” a que “el pueblo decida”. En el caso del , el asunto llegó, por momento, a tener visos esquizofrénicos: el Ejecutivo rechazaba la participación de Petro-Perú en la explotación del lote, los congresistas nacionalistas (en su mayoría) la apoyaban, y cada vez que salía el presidente nos quedábamos con la duda de cuál era su posición. Finalmente decidió observar la norma aprobada en el Congreso, pero lo hizo con temor, sin explicar nada, sin ninguna seguridad.

Esto no quiere decir que todas las decisiones del presidente hayan sido malas. Nada más lejano. Ollanta Humala ha sabido tomar decisiones acertadas y arriesgadas ahí donde otros se hubieran inclinado por las más fáciles y populistas. Sin embargo, la falta de convicción en las medidas adoptadas le ha quitado peso y liderazgo. Lo ha mostrado siempre irritado, como si gobernara con vergüenza, como si al abandonar su plan de gobierno hubiera mandado al cacho todo aquello en lo que creía. 

Y ese es tal vez su mayor problema: Ollanta Humala es víctima, hoy, no solo de haber abandonado su plan de gobierno original (que seguramente era inaplicable), sino de haber sido incapaz de hacer suyo el nuevo modelo adoptado. En algún momento en este brusco viraje, en el que la combi parecía estar dirigida por Nadine, el presidente perdió sus ideales, se quedó sin los argumentos que lo habían llevado al poder y adoptó los intereses y las convicciones de alguien más. Y lo hizo así como lo vemos, sin muchas ganas, sin mucho entusiasmo. Tal vez sea por eso que cuando viaja a provincias y se pone el polo blanco y el jean de campaña, y empieza a hablar como el candidato que era y se olvida del presidente que es, le brillan por momento los ojos, deja de tartamudear y la voz le sale como de comandante.