¡Están locos los franceses!, por Rolando Arellano
¡Están locos los franceses!, por Rolando Arellano
Rolando Arellano C.

Francia es un país que desde siempre despierta pasiones encontradas. Cerca del 14 de Julio, su fiesta nacional, comentaremos algunos aspectos contradictorios de esa nación de los cuales podemos aprender mucho para copiarlos o evitarlos. 

Empezaremos por lo menos agradable y quizá más difundido, el estereotipo del francés arrogante y poco amable. Ese personaje existe, en un grupo de gente que desconoce el extranjero y otro que ingenuamente se piensa superior, pero es una minoría frente al francés abierto y generoso, sobre todo de la provincia. No es accidente que su idioma sea la lengua de la diplomacia, de evitar el conflicto y del amor, mostrando el gran contraste entre un pequeño grupo y la realidad mayoritaria.  

Y también se habla de su gran nacionalismo o chauvinismo –creerse mejores a otros, hasta la palabra es francesa– marcado quizá por su pasado colonialista en África. Paradójicamente, Francia es el país europeo con la mayor proporción de migrantes africanos, de varias generaciones, y en cada calle es visible una mezcla cultural que los jóvenes defienden con fuerza. Por cierto, sin Francia el español Pablo Ruiz no sería Picasso y difícilmente tendríamos nosotros a un Vallejo.

Y resulta también criticable para algunos su búsqueda de una sociedad de bienestar, que quiere trabajar cada vez menos y seguir viviendo como siempre. Eso les causa problemas pero ¿no conviene que los avances tecnológicos se conviertan en bienestar no solo en el consumo, sino también en tiempo para disfrutar de la vida? En eso los franceses son pioneros de un camino que tal vez otros sigan, como desarrollar su arte y su cocina, temas que algunas culturas aún consideran superfluos.

En fin, un problema no menor son sus protestas ciudadanas, con manifestaciones sindicales, ecologistas y sociales que cada día interrumpen el tránsito y dificultan los negocios. No son agradables, pero muestran que se puede crecer sin limitar la expresión de los desacuerdos. Y aquí puedo mencionar mi experiencia en el Consejo Nacional por el Desarrollo y la Solidaridad Internacional (CNDSI), donde el gobierno convoca en París, para discutir sus políticas de desarrollo, a representantes de los empresarios, de las ONG, de las regiones, de los sindicatos y de otros continentes. Juntar en una mesa para ponerse de acuerdo a  –como diríamos en el Perú– perro, pericote y gato, sería considerado una locura aquí, pero allá es un desafío de madurez política que, sorprendentemente, funciona.   

Como dicen los romanos en las historietas de Astérix, ¡están locos los franceses!  Quizá, pero si no lo estuvieran tal vez no hubieran hecho locuras como la que hoy llamamos Revolución Francesa. Que tengan un feliz día.