Sin lugar para los débiles, por Ricardo Vásquez Kunze
Sin lugar para los débiles, por Ricardo Vásquez Kunze
Ricardo Vásquez Kunze

Recuerdo con toda claridad cuándo fue que Alejandro Toledo, allá en la campaña del 2011, empezó a descalabrarse en las encuestas después de haber liderado la expectativa de voto presidencial. El día en que el ex presidente validó el chantaje que le hacían sus opositores de someterse a una prueba toxicológica para que demuestre que no era cocainómano (como ellos mismos venían repitiendo como parte de los ataques que se estilan en una contienda electoral), Toledo dejó en claro que podía dejarse atarantar. 

Aunque suene a una verdad de Perogrullo, a los electores no les gusta que quienes ejercerán el liderazgo del país se dobleguen, de buenas a primeras, ante los vendavales de acusaciones de todo tipo. Tampoco que, habiendo cometido errores garrafales, se empecinen en ellos esquivando la humildad de unas disculpas, pues la tozudez es también señal de debilidad. 

Aquí algunos ejemplos de esta campaña.

A Julio Guzmán alguno de sus asesores le ha pedido deslindar con Nadine Heredia, algo que no hace falta, pues, a la luz de los hechos, el señor nunca ha pertenecido al cogollo de la primera dama estos últimos cinco años. De ello da cuenta su efímero paso por la PCM. Sin embargo, como según la mayoría de encuestas Guzmán sería por el momento el rival de Keiko Fujimori en la segunda vuelta, sus contendores están forzando una relación entre la desaprobada señora Heredia y su candidatura. 

Es legítimo que ello ocurra como parte de la campaña electoral, pero lo necio es que Guzmán se deje llevar de las narices en la posición expectante en la que está para afirmar: “Nosotros, cuando seamos gobierno, vamos a luchar contra toda la corrupción de cualquier gobierno, incluidas las agendas de Nadine”. El mensaje que queda para el electorado es que si la menciona en solitario, por algo será. Es decir, entre él y Nadine hay un vínculo que Guzmán hace esfuerzos por negar. Así, el candidato pasa por débil al dejarse marcar la agenda por sus enemigos y, para remate, consigue el efecto inverso al que buscaba deslindando explícitamente con Heredia.

Otro. Las disculpas de Alan García sobre los narcoindultos han llegado tarde. Seguramente obedeciendo a la premisa según la cual en una campaña electoral no hay lugar para los débiles, el candidato de la Alianza Popular se mantuvo en sus trece negando, desde un inicio, alguna satisfacción por una política de indultos que la gente había rechazado rotundamente. Lo cierto es que cuando la mayoría del país está disgustada con algo que, a todas luces, fue un gran error (el ex presidente de la Comisión de Gracias Presidenciales está condenado a prisión desde diciembre), es mejor asumir la responsabilidad política y disculparse sincera y oportunamente. 

“Mil disculpas, no lo vuelvo a hacer”, dijo García sobre el tema en una entrevista difundida hace dos días. Sin embargo, el hecho de hacerlo cuando las encuestas no lo favorecen (y de no haberlo hecho cuando las expectativas para pasar a la segunda vuelta eran todavía un lugar común entre el electorado) da el mensaje contrario al que se pretende. Así, en este caso las disculpas tardías son más contraproducentes que las disculpas no ofrecidas, pues la debilidad de la posición en las que se extienden se presta para la incredulidad.

Sea como fuere, las debilidades de los que van primero siempre son más graves de las de aquellos que les siguen los pasos porque deja su suerte a cara y sello. Justo como en la película que inspira el título de la presente columna.