La realidad es que en los últimos cuarenta años las técnicas de reproducción asistida han echado por tierra milenarios conceptos de maternidad y paternidad. (Foto: Pexels en Pixabay. Bajo licencia Creative Commons)
La realidad es que en los últimos cuarenta años las técnicas de reproducción asistida han echado por tierra milenarios conceptos de maternidad y paternidad. (Foto: Pexels en Pixabay. Bajo licencia Creative Commons)
Patricia del Río

No somos felices haciendo compras en el mercado, ni nuestra máxima realización es llevar a la niña a su clase de gimnasia. No es una maravilla ser multitasking, ni nos sentimos halagadas mientras más tareas se suman a nuestras vidas.

No, no queremos que los embarazos aplacen nuestros logros profesionales, no nos hace gracia que falle el anticonceptivo, no siempre es buena noticia que te digan “¡sorpresa!, son mellizos”. Ser madre soltera y sacar adelante a nuestros hijos no es un ejemplo de esfuerzo, es una muestra de injusticia; la gestación tiene más de estrías y hemorroides que de dulce espera.

No, la no es una bendición, no es un milagro, no es una regalo de la naturaleza que genera automáticamente en las mujeres un instinto de protección. La maternidad, esa que celebramos este domingo, con demasiada rosa y perfume y con poco realismo, no es una hazaña, ni un castigo. No es un sacrificio, ni un milagro.

Si para algo debieran servirnos fechas tan comerciales como el segundo domingo de mayo, debería ser para mirar la maternidad sin complejos ni idealizaciones. Permítannos elegir ser madres y dejen de tratarnos como seres incompletos o egoístas si decidimos no embarcarnos en esa nave. Dejen de juzgarnos por todo lo que les pasa o hacen nuestros hijos. Una cabeza rota suele ser eso, simplemente una cabeza rota; y no la espantosa historia de una mami desnaturalizada que no miró a su tesorito mientras se resbalaba por el tobogán. Déjennos amar a nuestros críos con nuestras taras, egoísmos y limitaciones; porque la capacidad de dar vida y llevar a un bebe en el vientre no nos vuelve automáticamente mejores personas.

Tampoco en peores. Que quede claro. ¿Hay malas madres en el mundo? Sí, por supuesto, pero no son más malas que esos padres que abandonan a sus hijos, y que van por la vida sin que nadie los cuestione. ¿Hay buenas madres en el mundo? Sin duda, somos legión, pero ser buena madre no implica ser perfecta, abnegada, sacrificada y una serie de babosadas más que nos encaja la sociedad, como si fuéramos seres de algodón de azúcar que cambiamos pañales con caca, a las 3 de la mañana, inundadas en una nube de felicidad.

En esta época, en la que la mujer ha decidido tomar las riendas de su vida y no dejarse imponer roles, tenemos el deber de redefinir la maternidad con valentía y sin temor a que nos señalen. Tal vez el mejor regalo que puedan darnos el domingo es dejar que nos quejemos: pregúntale a tu viejita qué le pareció horrible de su experiencia como madre primeriza, dale la oportunidad a tu esposa de que te confiese cómo se siente, deja de juzgar a tu suegra si prefiere quedarse en casa sin recibir regalos porque le da flojera ocuparse del almuerzo, no cuestiones a tu hermana si te cuenta que ella no piensa tener hijos. Déjennos ser humanas, sinceras e imperfectas. Somos madres, no santas.