Miguel Díaz-Canel
Miguel Díaz-Canel
Carlos Meléndez

Cuba, la dictadura más longeva de América Latina votó, aunque no eligió, su nuevo mandatario en la recién clausurada IX legislatura de la Asamblea Nacional del Poder Popular. En un país con un solo partido –el Comunista–, sin sociedad civil autónoma ni oposición –sí disidencia, paulatinamente más visible–, la selección de cargos públicos contiene los filtros adecuados para reproducir la misma élite en el poder. Quienes hemos presenciado en directo tales votaciones confirmamos que los cubanos simplemente refrendan el deseo de su cúpula, asentada por casi seis décadas. 

Así ha reemplazado a como presidente del Consejo de Estado y Ministros de Cuba (puesto que resume la jefatura estatal y de gobierno de ese país). Su encargo será limitado a cinco años, prorrogable por otros cinco; toda una novedad en la estructura institucional cubana, de inspiración “soviética”. En su primer discurso como mandatario, Díaz-Canel subrayó que su gestión estará signada por la lealtad al liderazgo histórico y por la continuidad del “socialismo”. Así, aunque la prensa internacional ha cubierto el suceso como un gran cambio, la nueva gestión no supone el fin del castrismo. Raúl Castro conserva el máximo poder en las Fuerzas Armadas Revolucionarias y en el partido único: ente rector de la economía, la sociedad y la política, según la Constitución vigente. El traspaso de la batuta partidista al nuevo presidente ocurrirá recién en el 2021, tiempo suficiente para concluir la transición iniciada desde que enfermara Fidel Castro en el 2006.  

Los gobernantes de la isla han sabido imponer la marca “revolución” para distraernos de la dictadura que despliegan, mediante el perfeccionamiento de su capacidad de influencia externa. Esta habilidad le ha granjeado al régimen numerosos dividendos en la arena internacional. Pese al innegable apoyo que prestan a gobiernos no democráticos en la región y el orbe, los “founding fathers” del autoritarismo de izquierda en más de un continente no han recibido sanciones morales efectivas. Mientras, por ejemplo, Venezuela resultó el pararrayos de demandas democráticas en la Cumbre de las Américas convidada en Lima, la delegación oficial cubana repitió el belicoso comportamiento mostrado en la cita panameña, sin repercusiones. 

Tal capacidad de influencia ha sido clave en la universalización de una amañada imagen de renovación y liberalización del régimen, aprovechando el ‘soft power’ de la era Obama. Empero, tanto la “apertura” económica como el restablecimiento de las relaciones diplomáticas con EE.UU. han retrocedido con el gobierno de Trump. El estancamiento de Cuba acontece, no obstante y fundamentalmente, por el temor de la élite a las consecuencias de liberar las fuerzas productivas y la economía de esa nación al libre mercado. Aunque la administración de Díaz-Canel se enfrenta a múltiples y profundos retos económicos, financieros, sociales y políticos, su declarado rol continuista insiste en detener a la sociedad cubana en el siglo XX y en la renuncia a un mejor futuro. El aroma de esta inédita gestión, con retoques de tabaco y matices Díaz-Canel, mantiene la esencia del ayer de Fidel.