Palabras musicales, por Harry Belevan McBride
Palabras musicales, por Harry Belevan McBride
Harry Belevan-McBride

El mismo 13 de octubre pasado en que se concedía el Premio Nobel de Literatura al cantautor Bob Dylan fallecía otro polémico galardonado, el satírico italiano Dario Fo, que la posteridad seguramente recordará más como un ocurrente fabulista que como dramaturgo consumado. Tal coincidencia ha hecho que el trovador norteamericano asuma la posta de la supuesta perpetuidad literaria, el mismo día en que desaparecía uno de los más conspicuos ganadores que le precediera en las controversias que alborotan ocasionalmente el Nobel. 

El reconocimiento de la Academia Sueca al inmenso talento lírico de Bob Dylan es muy laudable. Pero, apreciándolo desde la arbitrariedad de toda opinión, si se quería revolucionar el Nobel confiriéndole al género musical la mayor presea literaria debió tal vez iniciarse la insurgencia con Paul McCartney, cuya elocuencia poética ha quedado para siempre registrada en su libro “Blackbird Singing”, incomparable colección de 97 poemas escritos en aquella tradición trovadoresca que inspirara a William Blake y que McCartney supo asimismo musicalizar con una sensibilidad sin par entre todos sus coetáneos.

Y habría sido todavía más justo, aunque quizá menos provocador, reconocer previamente a ciertos maestros del género policíaco y de la novela de espionaje y de aventuras –soltemos nombre como Le Carré, Forsyth o Pérez Reverte– y aun antes, a esos enormes pensadores ya octogenarios para quienes la palabra escrita es también la herramienta cotidiana de trabajo, tales como George Steiner, Jürgen Habermas, Giovanni Sartori o Harold Bloom, y hasta el propio Noam Chomsky, quien siempre ha sido más valioso que sus atribuladas irreverencias políticas, antes de que desaparezcan como acaba de suceder con Umberto Eco; (evito deliberadamente mencionar a Philip Roth, Javier Marías, Lobo Antunes o Julian Barnes para no reavivar las habituales acusaciones contra la aparente primacía de la ficción entre los letrados suecos).

Producido sin embargo el revuelo nórdico, Bob Dylan debe ser juzgado por su atributo mayor de músico. Para hacerlo resulta irrelevante recordar la cercanía inmemorial entre el sonido y la palabra pues es indudable que Dylan, cuyo seudónimo rinde homenaje a uno de los más geniales poetas del idioma inglés, es un compositor inmensamente talentoso cuyas baladas marcaron para siempre la contracultura de una generación acaso más ávida que otras por reinventar el universo –nuestros antecesores querían apenas cambiarlo– tarareando sus estrofas y las arias de Janis Joplin y Jim Morrison. Aunque tal vez el mayor legado cultural que deje a la posteridad el nuevo inmortal de la literatura consista en haber sido el primero en ventilar la augusta galería de los Nobel con palabras musicales.