(Fotos:AFP)
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Patricia del Río

México tembló y una vez más fuimos testigos de la fuerza de la naturaleza. Más de 20 edificios desplomados, más de 200 muertos, millones de ciudadanos asustados y, en medio del caos, una muestra conmovedora de lo que puede hacer un pueblo frente a las desgracias. En las redes sociales, que hoy todo lo documentan, hemos visto a brigadistas de rescate entonando junto con los vecinos “Cielito lindo” para cantar y no llorar mientras escarban en los escombros. Hemos presenciado, con los ojos que se nos hacen agua, cómo en los lugares de rescate, todos levantan los puños para que se haga completo silencio a ver si logran escuchar a las víctimas. Sí, pues, hemos visto a un pueblo al que el cielo se le ha desmoronado sobre los hombros pero que insiste en trabajar durante horas sin descanso, para arrancarles a los restos de concreto esa vida que aún late bajo tierra.

Pensamos en México y la piel se nos pone de gallina porque sabemos que algún día a nosotros también nos tocará. Pensamos en México y es imposible no recordar las enormes muestras de solidaridad y compromiso que también demostramos los peruanos durante la época de El Niño costero. Miramos a los mexicanos y nos preguntamos: ¿A dónde se van esas muestras de afecto y compromiso cuando acaban las desgracias? ¿Por qué los seres humanos vivimos en permanente conflicto y solo nos acordamos del otro cuando la naturaleza nos demuestra que no somos nada?

Qué lejos estamos del Una Sola Fuerza que nos unió durante el largo verano de lluvias y huaicos. Qué rápido se nos olvidó que si queremos vivir en un mundo mejor hay que dejarnos de tanto egoísmo. Qué veloces fuimos para reanudar los pleitos, las rencillas, las discusiones estúpidas.

Miramos a México y debería darnos vergüenza que nuestros grandes problemas sean provocados por egoísmo, egos, envidias e intrigas. Acabamos de pasar por un cambio de Gabinete que generó un terremoto político, básicamente porque tenemos un gobierno que no sabe reaccionar a tiempo y una oposición que sobrerreacciona y lo petardea todo. Estamos ante un presidente que actúa como si solo esperara que pasen rápido los siguientes cuatro años y ante una Keiko Fujimori que está dispuesta a todo para que nadie le vuelva a ganar las elecciones.

Lo de PPK es un desenganche con la población que asusta, actúa como si no supiera que de sus decisiones depende la vida de millones de personas. Lo de Keiko es movido por una escalofriante ambición de poder que se va a llevar al Perú por delante. En ambos casos, ya sea por desgano o por maldad, pareciera que nuestros líderes solo son capaces de mirar hacia el mismo lado cuando nos cae una espantosa desgracia. Como si el día a día no fuera importante. Como si los peruanos no mereciéramos el esfuerzo. Como si no valiéramos la pena.