PPK reiteró que no ha sido socio de la empresa First Capital. Señaló que tomaron su nombre para un brochure. (Foto: Archivo El Comercio)
PPK reiteró que no ha sido socio de la empresa First Capital. Señaló que tomaron su nombre para un brochure. (Foto: Archivo El Comercio)
Fernando Vivas

La mejor salida es su renuncia. Si sale de esta, será como un zombi de esos que contagian a quienes muerden, para permanecer en estado vegetativo. Visto así, su renuncia sería sanitaria, práctica y conciliadora; casi un noble gesto. Sería bienvenida, en primer lugar, por los vacadores inseguros que ya cometieron la barbaridad de sacarle la vuelta a los usos constitucionales haciendo precisiones al reglamento del Congreso, sin siquiera promover un debate previo.  

También, les apuesto, sería bienvenida por varios ministros y oficialistas que ya no defienden a PPK con las ganas con que lo hicieron en diciembre. Por ejemplo, cuando este profirió en Puno la insinuación de que Martín Vizcarra es un traidor, tras él estaba Carlos Bruce. Ni aplaudió ni sonrió porque su incomodidad era manifiesta, como la de otros gobiernistas que están en modo ‘te defiendo porque me corresponde hacerlo, pero ya quiero que acabe este suplicio’. ¿Cómo festejar a un PPK que, a estas alturas, luego de tantas revelaciones sobre su paso previo por el Estado, cree que la lealtad de un vicepresidente es más importante hacia él que hacia el mandato de ley? 

La renuncia podría permitir a PPK y a su entorno negociar la severidad futura de las investigaciones en el Congreso. Nada lo exime, eso sí, del destino judicializado de los presidentes. Por eso, Nancy Lange, que últimamente lo acompaña en todos sus actos oficiales con el celo de quien acompaña a su cónyuge en la unidad de cuidados intensivos, es una de las pocas personas que podrían espetar un definitivo ‘amor, renuncia’ sin parecer desleal, sino atribulada compañera de supervivencia. 

Si usted piensa que mejor es un zombi político que un muñeco del fujiaprismo obstruccionista como podría resultar Vizcarra si no logra un margen propio de maniobra para una chamba de reactivación con reformas imprescindibles, también preferirá una renuncia a una vacancia. La primera ahorra recuerdos autoritarios de los 90, aunque ahora sería al revés: el Congreso disolvería a un presidente. 

Si se frustra la vacancia, no solo PPK sino todo el Ejecutivo estarán en cuidados intensivos. El Congreso no querrá dialogar con el presidente, pero tendrá que tragarse el tremendo sapo y ayudar al plan de supervivencia que le plantee el Gabinete Aráoz, con presión disímil de los empresarios, de los gremios laborales, de la calle. Una condición mínima para ese entendimiento probablemente será, conjurada provisionalmente la renuncia, el paso al costado de PPK en beneficio de Aráoz o de quien la reemplace, pues ella, a diferencia de Vizcarra, se enredó demasiado en las cuitas defensivas del presidente. Y la renuncia, más que ahora, seguirá pareciendo una mejor idea que la vacancia.