El perfume rechazado, por Gustavo Rodríguez
El perfume rechazado, por Gustavo Rodríguez
Gustavo Rodríguez

En la gestación de un libro no hay momento mejor que el de las tripas cuando se apropian del teclado. Se podría decir que es una angustia feliz porque se sabe –o se intuye– que con cada frase hilada se procesan tempestades interiores. Pero la angustia feliz no tarda en ser alcanzada por aquella producida por la vanidad de ser publicado. Le ocurre a casi todos los autores: al menos yo nunca he conocido a alguno que escriba para que nadie lo lea. 

Hace catorce años, cuando terminé de escribir mi primera novela, ocupé mi espacio en el lugar común: quería verla publicada con letras grandes y en estantes visibles. 

Nunca olvidaré lo que me dijo Patricia Arévalo, entonces editora general de Alfaguara, luego de hacerme notar lo concienzudos que habían sido para aceptar mi manuscrito.

–Cuando una editorial publica una mala novela de, digamos, , la culpa es de Saramago. Pero cuando una editorial publica la mala novela de un desconocido, la culpa es de la editorial.

A menudo he pensado que mi habilidad narrativa –que siempre será discutible como le corresponde a cualquier producto humano– estuvo acompañada aquella vez de un componente a mi favor que excede a lo literario. Me refiero a esa especie de fortuna que hace que un restaurante que ofrece la misma calidad frente a otro reciba más comensales aunque tal vez no lo merezca en esa proporción. En literatura son conocidas las travesuras perpetradas por periodistas que han enviado manuscritos de novelas de premios Nobel, con personajes y autores cambiados, a distintas editoriales para confirmar, mientras se frotaban las manos, el alud de rechazos. Sin embargo, hace poco me enteré de un caso que se lleva las palmas.

es una periodista y escritora francesa, directora de los informativos de la cadena TF1. Cuando la editorial Plon publicó en 1997 su novela “La institutriz”, se convirtió en el libro del que toda Francia hablaba. Una vez que la fiebre amenguó, la revista “Voici” quiso hacer un experimento en complicidad con la autora: le hicieron modificaciones menores a la historia y omitieron también el nombre de Chazal. El rechazo del manuscrito fue unánime. Lo más anecdótico es que la propia editorial Plon se había adherido a las razones de su no publicación. Al parecer, los ladrillos con que se construyen las reputaciones salen de las canteras del prejuicio, sea este positivo o negativo. Alguna vez escribí en este Diario sobre la investigación que una vieja marca de colonia masculina hizo cierta vez al colocar su aroma junto al de otros perfumes modernos y bien reconocidos. Cuando la prueba era a ciegas, las narices favorecían su fragancia más que a Hugo Boss o Polo. Pero cuando la prueba era con los frascos, se imaginarán los resultados.

Pareciera que nuestras mentes son como esos aparadores con miles de cajoncitos en donde vamos organizando la información. Mientras uno va creciendo van dejando de existir datos intrínsecamente fríos: todos se conectan y se asocian con nuestras experiencias, dolores y filiaciones acumuladas. Por eso somos tan injustos a la hora de juzgar las obras y los actos de los otros. Una modelo no puede entender de filosofía, un mal alcalde jamás podría tener un acierto, un izquierdista jamás será un buen gerente, un derechista nunca será un humanitario y miles de escritores desconocidos jamás escribirán una buena novela.