"En el peor escenario posible, estos monólogos presidenciales serán el insumo que necesita la oposición para devolver a PPK a sus niveles de aprobación pre-Niño. En el mejor de los casos, este experimento resultará tan aburrido que nadie se dará cuenta cuando, sencillamente, el programa deje de emitirse".
"En el peor escenario posible, estos monólogos presidenciales serán el insumo que necesita la oposición para devolver a PPK a sus niveles de aprobación pre-Niño. En el mejor de los casos, este experimento resultará tan aburrido que nadie se dará cuenta cuando, sencillamente, el programa deje de emitirse".
Marco Sifuentes

¿Qué es lo que quiere PPK? En su fuero interno, en la soledad de su habitación, cuando se quedan a solas él y sus pensamientos en inglés. ¿Indultar o no a Fujimori? ¿Le dan lo mismo el contrabando y los tronchos? ¿Prefiere a sus ministras respondonas o a Cipriani? ¿Realmente cree que su programa de televisión es una buena idea?

Si nos dejáramos llevar solo por sus declaraciones, las respuestas no serían tan evidentes. En cambio, si tomamos en cuenta sus actos y su trayectoria, resulta más o menos sencillo dilucidar qué ha pasado en cada caso (sí le gustaría indultarlo; considera inevitable “un poquito” de contrabando –y otro de corrupción–; ha visto a demasiada gente fumar hierba como para escandalizarse; le da lo mismo lo que haga la gente con su cuerpo; es muy probable que el programa haya sido idea suya). Pero este es justamente el problema. El estilo errático del presidente ha obligado a todos los ciudadanos a volverse analistas políticos. A interpretar qué hay detrás de todas sus contradicciones. Gracias a PPK, todos somos traductores del presidente. Todos somos Carlos Ferrero en su versión de “El especial del humor”.

Atribuladas fuentes palaciegas indican que este es el mayor problema de trabajar con PPK. En los temas económicos no hay mayor dificultad: lo que se hace es lo que se dice (y al revés). Pero en todos los demás están a merced de la última persona que habló con él sobre un tema. Por ejemplo, si hace treinta minutos PPK estuvo hablando con algún conservador, lo más probable es que sus declaraciones sobre, digamos, salud sexual entren en contradicción con lo que defienden sus congresistas más liberales. Sus posiciones son suficientemente flexibles como para dejarse convencer de que el mejor camino político es aparentar –en este ejemplo– mayor conservadurismo.

Algo parecido ha pasado con el indulto. Todo indica que, por el momento, ha sido convencido de que el complot político mediocre (el que indicaría que con Alberto suelto, la influencia de Keiko disminuiría) no vale la pena. Por suerte, le han hecho ver la realidad: que, gracias a la inexistencia absoluta de su “partido”, su base política es, le guste o no, el único movimiento que puede preciarse de haber ganado tres elecciones este siglo: el antifujimorismo.

Pero si uno se deja llevar solo por sus declaraciones, lo único que ve es un gratuito maltrato a las comprensibles expectativas de la familia de un reo. ¿La consecuencia? El innecesario encrispamiento de la oposición.

Un presidente con estos graves problemas de comunicación no puede tener un programa de TV.

Se le ha comparado con Chávez o Maduro. Pero ya quisiera PPK tener el talento mediático de esos dos. En el peor escenario posible, estos monólogos presidenciales (en serio: ¿quién se cree que “conversará” con alguien en posición de rebatirle algo?) serán el insumo que necesita la oposición para devolver a PPK a sus niveles de aprobación pre-Niño. En el mejor de los casos, este experimento resultará tan aburrido que nadie se dará cuenta cuando, sencillamente, el programa deje de emitirse.