Quisiera (volver a) ser grande, por Carlos Meléndez
Quisiera (volver a) ser grande, por Carlos Meléndez
Carlos Meléndez

El Partido Aprista Peruano (Apra) y Acción Popular (AP) quedaron relegados a un segundo plano en los últimos comicios a pesar de las expectativas que sus candidatos presidenciales llegaron a causar en determinados momentos de la campaña. Alan García solo pudo conseguir el endose de la militancia aprista más dura y Alfredo Barnechea –a pesar de haber crecido en popularidad en determinadas semanas del verano– mantuvo un porcentaje similar al apoyo conseguido por Valentín Paniagua dos campañas presidenciales atrás. ¿Qué pueden hacer dos partidos tradicionales para volver a ser atractivos para públicos más amplios que sus entornos de siempre?

Tanto el Apra como AP gozan de recursos políticos que constituyen el capital para mantener el sueño del retorno por la puerta grande. La estructura orgánica y la consolidación de cuadros políticos conectados a dicha estructura les permiten mantenerse en el panorama político y, a pesar de su menguada representación parlamentaria, ser activos en el debate de la política cotidiana. Estos recursos, sin embargo, son materia de disputas internas permanentes que deberán ser resueltas como primer paso hacia la estrategia electoral. Las lecciones recientes –ver el caso del PPC– indican que la postergación de resoluciones internas es inconveniente para proyectar una imagen de cohesión, necesaria en las lides electorales.

Ambas agrupaciones –de glorioso pasado y complejo presente– tienen que aprender a asumirse como partidos chicos. Es decir, ocupar roles de oposición menor en el Congreso y (re)activarse en arenas subnacionales desde donde puedan surgir renovaciones con potenciales de proyección mayor. Se trata de comprender que les toca un período de introspección, donde es vital testear estrategias para atraer simpatizantes e independientes, considerando los límites que se han evidenciado al respecto. El Apra ha sufrido la (¿temporal?) desaparición del “apristón”, aquel elector que no tenía problemas en ver a este partido como el “mal menor”, y a la vez la agudización del “antiaprismo”, que se ha fortalecido según varios estudios de opinión. AP, por su parte, ha sufrido los vaivenes del personalismo dos veces en una década (Paniagua y Barnechea). Es decir, súbitos picos de aprobación electoral que no sedimentan en una militancia más consistente. 

Ambos partidos sobreviven en un país que sociológicamente los desbordó. García mantuvo una estrategia de movilización que parece caduca. El gran mitin de masas resulta un fósil frente a las estilos más “portátiles” que practicó, por ejemplo, el fujimorismo. El político ya no es el imán que lleva a los electores a las plazas, sino quien va en busca de ellos a los rincones del país. Barnechea enfatizó un discurso sofisticado que –a pesar de las ideas de fondo– mareaba a un elector que normalmente se mueve por “atajos cognitivos”. Un gesto puede ser más simbólico y trascendental que las mejores monografías de la política gasífera peruana. 

La buena noticia es que han demostrado que pueden seguir siendo competitivos electoralmente y que, a pesar de pronósticos pesimistas, permanecerán activos en nuestro tan disímil sistema político