Ni rural ni urbano, por Richard Webb
Ni rural ni urbano, por Richard Webb
Richard Webb

Nace un nuevo mundo que no es ni rural ni urbano, sino ‘todo lo contrario’. Algunas pistas sobre el perfil de ese engendro han sido evidenciadas por una encuesta de jóvenes que viven en el campo y en pueblos de varias provincias en el norte del país –realizada por el sociólogo Ricardo Vergara– dirigida a conocer el impacto de los programas de promoción y de capacitación empresarial que lleva a cabo el proyecto Sierra Norte. Lo que revela la encuesta es un mundo de rápida transformación en sus aspectos demográficos, económicos y sociales. 

Urbano y rural siempre han sido entendidos como universos contrarios, además separados físicamente, culturalmente y, en gran medida, económicamente. La primera conclusión de esta encuesta es que la diferenciación y segmentación asociada a esa dualidad se reducen rápidamente. La movilidad es tal que hace difícil clasificar al entrevistado como urbano o rural. La mayoría pertenece a familias de agricultores residentes en el campo o en pueblos pequeños, ubicados en la costa, sierra y selva del norte, espacios donde tres de cada cuatro personas son consideradas residentes rurales por el censo, y donde, hace apenas dos décadas, las vidas del campesino y del poblador urbano tenían poca intersección. Hoy, el ir y venir entre campo y ciudad es normal. La movilidad es impulsada por la educación, el comercio y los negocios, y facilitada enormemente por los medios modernos de transporte y comunicación. El celular es ya universal y abundan las motos, mototaxis, combis, buses y camiones. Casi todos los jóvenes entrevistados tenían experiencia de vida tanto en el campo como en pueblos adonde asistían para estudiar secundaria o superior, trabajar en empleos temporales y para fines sociales.

Mirando su futuro, los jóvenes vislumbraban vidas que no estarían circunscritas a sus distritos de origen, pero la mayoría de ellos no tenía planes para emigrar, salvo para estudiar y poner algún negocio, actitud consistente con su optimismo respecto al futuro de sus distritos. La mitad afirmó tener ahorros, dándole cierto realismo a sus planes para negocios locales inspirados por oportunidades que ven en el turismo y en la creciente demanda por los productos del campo, como la trucha, productos lácteos y cárnicos, paltas, hortalizas y otros productos de alto valor.

Surge así un patrón de vida con más oportunidades para el desarrollo personal y más libertad de movimiento, favoreciendo a una población que ha sido históricamente prisionera de la geografía y silenciada por el aislamiento. Pero los efectos no han sido todos positivos. La libertad ha significado una pérdida de disciplina social. Un comunero viejo se quejó de que ahora los jóvenes de su pueblo, con los buenos jornales que reciben, trabajan en sus mototaxis medio día y dedican el resto del tiempo a tomar cerveza. Y en todas las regiones se escucha preocupación por la presencia del narcotráfico.

La fusión de lo urbano y lo rural es novedad para el Perú, pero fue el camino seguido por países desarrollados. Hace apenas un siglo, la mitad de los habitantes de Europa eran campesinos atrapados en pobreza y marginación política, y su liberación fue también obra en gran parte de las escuelas rurales, los medios de transporte, el voto y la creciente demanda urbana de los productos típicos del pequeño agricultor. No solo hubo una transformación objetiva, sino también una de orden subjetivo cuando en cada país europeo surgió un romance folclórico y etnográfico con sus raíces rurales, abrazando así a lo que antes habían despreciado, como empieza a suceder hoy en el Perú.